Uno de los fenómenos que pasarán a la historia de la política española y que en el futuro se estudiará como algo realmente excepcional es lo que yo denomino el efecto Sánchez. Y no, no estoy bromeando. Me considero un estudioso de los comportamientos del electorado y lo que está sucediendo es, sencillamente, excepcional. Y tranquilos que me explico.
Cuando Pedro Sánchez llegó al número 1 de su partido, el PSOE, por segunda vez y tras renunciar por una cuestión, digamos de conciencia, lo más normal que podías escuchar entre los socialistas era: “este partido se va a la mierda”. No olvidemos que Sánchez se negó a abstenerse en la investidura del mismísimo Mariano Rajoy, que luego fue literalmente expulsado de la cámara por una moción de censura histórica contra la corrupción. Para llegar ahí tuvo que resurgir como un ave Fénix y ganar a su propio partido desde las bases. Ganó aquella moción de censura y luego dos procesos electorales seguidos tras el harakiri político de Ciudadanos, pero es esa otra novela. Vamos a lo que vamos.
Sánchez llega a la presidencia del Gobierno más atacado de la historia de la democracia porque pacta con nacionalistas y partidos de izquierdas. Y lo de nacionalistas no es nuevo, porque tanto Aznar como otros ya lo tuvieron que hacer en su momento. Pero en este caso era especialmente significativo que, al percibir sus competidores como el PP, la falta de apoyo en su partido, con casi un 40% de sus grandes figuras renegando de él, se le creía una presa fácil.
Igual llamarse Sánchez, que es como un apellido español demasiado obrero, sin sal ni pimienta, con todos mis respetos a los millones de Sánchez de este país… y a los obreros también, se le vía como una diana dibujada en la cara. Pero no, más bien escondía una flor en la parte opuesta de su cuerpo. El caso es que Aznar, Rajoy y hasta Feijoó antes de su total hundimiento en el descrédito, parecían como que apetecían más para identificar al hombre más poderoso del país. Y se coló, y nunca mejor dicho, un Sánchez. Como antes también tuvimos un González, no lo olvidemos.
El Fenómeno que trato de explicar es el de la reinvención de la construcción progresiva. Es decir. Aquel del que todos renegaban en su momento, es el principal elemento de convicción para el electorado de un partido que tiene sus listas repletas de candidatos agotados políticamente, sin tirón, divididos en sus organizaciones provinciales y hasta regionales. Lo curioso es que está pegando su partido, cosiendo su estructura, desde fuera hacia dentro. Le voten o no, Pedro Sánchez se ha convertido en una persona de fiar para la gente humilde, porque te guste o no pagar más o menos a hacienda, el precio de la leche o del azúcar, existe el convencimiento general de que con éste no pasará como con Rajoy y la crisis bancaria, en la que sólo había dinero para la banca y la obra pública. Y claro, luego descubrimos que esa obra pública era tan interesante porque generaba comisiones con las que pagar sedes en pleno centro de Madrid y pisos en Marbella. Eso que todos conocimos como los papeles de Bárcenas y los casos Gürtel.
Una pandemia, una guerra y hasta desastres naturales impredecibles como sequías descontroladas entre otros, y lo más que le reprochan es hacer pagar a la banca, un impuesto especial a los megarricos, que la ley trans se ha quedado corta o la cagada de la Ley del solo si es si ¿Nos damos cuenta de ello?
Los bares llenos de gente. Cifras de paro insólitas, sueldo mínimo por una vez digno, la mayor movilización de fondos públicos de la historia y, ahora, la más impresionante acción en vivienda pública de alquiler jamás imaginada, y sé de lo que hablo, puesta a disposición de la gente.
Lo tengo claro, el día que le vea ser recibido por Biden, presidente de los EE.UU. en la Casa Blanca como gran líder emergente, hablando ambos de tú a tú, sin traductor y acompañado de una esposa que hasta es más guapa que él, sencillamente me descojono.