jueves. 25.04.2024

La soberbia del cabeza visible liquidó el primer gobierno del Partido Popular en el Ayuntamiento de Almería tras la democracia. Tardaron años en reconocer que las formas de Juan Megino a la hora de hacer las cosas, de presentarse en público, les distanciaron del electorado entregando nuevamente al PSOE la ciudad. Al final aceptaron que la peculiar imagen de aquel candidato al que estaba claro que no le hacía falta la política para vivir, no casaba con parte de su electorado que, sin embargo y como independiente fundador de GIAL, les amargó la existencia durante ocho años más.

La historia se repite, pero en esta ocasión no es en el Ayuntamiento de Almería, sino en la Diputación Provincial, y en la figura del actual presidente del Partido Popular, que ha generado tal distancia con sus bases que ha entregado a Vox la intención de voto. El PP se enfrenta a un problema de proporciones mayúsculas al creer que controlarían la escapada por la derecha, pero es obvio que los casos de corrupción como el que llevó a la cárcel Oscar Liria, íntimo amigo y número dos de javier Aureliano García, y provocaciones como la de ponerle su nombre a un teatro en el pueblo de Oscar Liria, Fines, cuando aún se instruye el sumario del caso Mascarillas, ha sido la gota que ha colmado el vaso.

Cansados de unas formas que cada vez más les recuerdan a esa etapa de Megino, encuentran en el partido de Santiago Abascal un mal menor que, pese a no contar con candidatos de nombre en el ámbito local, si cuentan en el panorama nacional con el perfil que buscan. Dicho de otro modo, las bases del PP se han cansado de los niños, apodo con el que agrupan a todos aquellos que llegaron a la política local como asesores en la era de Luis Rogelio Rodríguez Comendador, y medraron hasta ocupar hoy los sillones de mando.

La ausencia de humildad en las formas de gobierno y comportamientos en lo personal, que no casan demasiado bien con lo que se espera de una línea conservadora, están provocando no sólo la fuga, sino el abandono de unas siglas que se lo juegan todo a que el perfil de Moreno Bonilla haya calado en la gran cantera de voto de Andalucía (Sevilla, Cádiz, Huelva y Córdoba), para así contrarrestar la sangría que sufre en las periferias de la capital andaluza, como es el caso de Almería.

El problema de Javier Aureliano García ya no es que se ponga un teatro a su nombre en el pueblo de Almería marcado por la corrupción de la que se acusa a su más prometedor político local que, precisamente, crecía a la sombra del actual y anterior presidentes de la Diputación Provincial. El gran error ha sido generar nuevas heridas cuando aún sangraban las anteriores.

El primer aviso se lo dio Moreno Bonilla en el congreso regional, relegándolo a un papel insignificante en su ejecutiva mientras aupaba al alcalde de la capital almeriense, Ramón Fernández Pacheco, a la portavocía regional. Pero lejos de buscar paz en su entorno de influencia ha hecho una escapada hacia adelante con el asunto del Centro Escénico Javier Aureliano García en Fines, lo que viene a ser Villa Mascarillas.

La clave está en la oposición que haga el PSOE, que pasado el congreso provincial que celebran este sábado, 11 diciembre, tiene la cabeza del presidente del PP de Almería para colgarla como adorno en su árbol de Navidad, si son capaces de maniobrar con insistencia, creatividad y, por qué no, un poquito de mala leche.

La soberbia de Megino
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