viernes. 29.03.2024

Jamás ha existido en la historia alguien capaz de causarle tanto descrédito a la tercera edad como Ramón Tamames, el ex venerado profesor de la Complutense, históricamente el más rojo comunista, y durante unos días marioneta de la ultraderecha que representa Vox. Nadie, jamás, ha provocado que en tan poco tiempo se le pierda tan rápido el respeto a una edad a la que se nos ha enseñado y hemos enseñado a escuchar, de la que aprender, con la que compartir un pasado que debe evitar errores en el futuro. Ahora, sencillamente, no me fío.

Me he sentido particularmente mal al escuchar a una joven emprendedora decir en voz alta, mientras veía un informativo: “eso es una vergüenza”. Pero esa vergüenza abarcaba tanto la imagen de ese hombre decrépito en un escaño que no puede ser utilizado como un juguete, y mucho menos como sustito del banco de un parque en una residencia de ancianos, como la de un Congreso de los Diputados que sencillamente ha sido profanado. Ellos lo veían como algo serio, y sin entenderlo del todo, como la cámara legislativa que es.

Pero dicho esto, para lo que sí ha servido esta aberración de moción de censura es para entender lo que es la democracia y el uso que podemos hacer de ella, o el que debemos hacer de ella.

Quizás ahora muchos de nuestros mayores entiendan que no hablar de la guerra, de la post guerra, de cómo vivieron la dictadura, es un enorme error. Que cada uno la cuente como la vivió, pero que lo cuente, que transmita a sus nietos los riesgos.

Durante casi cuarenta años los herederos del fascismo, del franquismo, han estado con la cabeza bajo tierra como los avestruces por la vergüenza ajena de todo que se supo cuando la verdad salió a la luz durante la transición, con la llegada de la democracia. Igual pasó con el nazismo en Alemania durante décadas, incluso en Francia y los herederos del colaboracionismo. 

Hay que volver a desempolvar los recuerdos. Que las nuevas generaciones sientan a flor de piel lo que se robó a España, que no es otra cosa que haber podido ser una Francia, Alemania, Holanda o como cualquier otro país europeo reconstruido por la comunidad internacional tras la segunda guerra mundial. Hoy podríamos ser como cualquiera de esos países a los que ellos quieren emigrar, donde jubilarse a los 64 años es una ofensa nacional. Y no vamos mal, pero nos robaron 40 años de progreso. Nos condenaron a un retraso que aún estamos pagando.

Con Tamames en el Congreso hemos descubierto que jugar con la democracia, permitir un uso pervertido de ella, tiene riesgos que deben ponernos en guardia. 

Nadie hizo tanto daño a la tercera edad