Esta mañana, al despertarme con el saludo de Àngels Barceló, todo se apagó. Pensé que la radio, que ya tiene sus años, había cascado, pero no. Tampoco funcionaba la luz de mi mesita de noche y automáticamente pensé: ¡Ya está aquí! España se va a la mierda. No ha jurado el cargo Pedro Sánchez como presidente del Gobierno y ya están aquí las consecuencias del pacto.
Tampoco me he sobresaltado mucho. Simplemente, me quedé retozando un poco entre las sábanas, pensando que, si se va a acabar el mundo, qué menos que disfrutar un poco más del calorcillo mañanero. Total, si los aviones van a caer del cielo, la gente va a salir con armas a las calles y eso que se vaticina, pues tampoco pasa nada si tardo diez minutos más en descubrir esta cruda realidad que ya nos han advertido Feijóo y Abascal… bueno, la verdad sea dicha, realmente he pensado que si no podía hacer café porque no había luz, tampoco tenía prisa por llevarme el segundo disgusto del día.
Pero no, sencillamente había saltado uno de esos chismes del cuadro eléctrico. Al reactivarlo, la luz volvió, la cafetera se encendió, y le pedí a Alexa que sintonizara a Barceló. No conforme con que el pacto haya tenido tan poca repercusión en estas horas, me asomé a la calle y no había incendios, algarabías ni aviones cayendo del cielo. Bueno, un poco de niebla sí que había, y la natural cagada de mi perro, que sigue sin elegir un mismo lugar para hacerlo dieciséis años después, y está claro que a estas alturas, como buen abuelo, no me lo va a poner más fácil.
Quiero decir con ello que, una vez pasado el susto, tengo los mismos problemas que ayer. Una hipoteca muy cara, unos cuantos años para terminar de pagarla, y una perspectiva de jubilación que no es demasiado halagüeña. Pero también es cierto que si quiero mejorar ese particular, el de la jubilación, es obvio que un gobierno de derechas, y mucho menos de PP y VOX, no me va a solucionar esa cuestión. A lo más, me obligarán a hacerme un fondo de pensiones, como ya he tenido que contratar un seguro médico para la atención primaria de mi familia o buscarme la vida en una universidad privada para hacer el máster de ejerciente en abogacía, porque en el distrito único andaluz, sencillamente, me han rechazado. No hay plazas.
Pero lo voy a explicar de otra manera para que se me entienda al modo Ayuso, con plena libertad. Está claro que si ella, presidenta de una comunidad, puede decir que le gusta la fruta pese a que otros entiendan que dijo ¡que hijoputa!, a mí me importan tres cojones y medio las consecuencias de la amnistía mientras mi prioridad siga siendo mi hipoteca y llegar con soltura a fin de mes.
Que Puigdemont no responda ante la justicia no me quita el sueño para nada. Quizás me lo quite más que los jueces se manifiesten en las puertas de los juzgados por una decisión política que se tomará en el Congreso de los Diputados, entre todos los grupos políticos que representan la soberanía del pueblo español que, según la Constitución, es quien reside. Y la mayoría no es la señora guapísima de abrigo cachemire y sombrero indi de fieltro del bueno. Ni el notas del escudo de Capitán América a la española, el payaso del casco de los tercios de Flandes y ni otros tantos de esa panda de pura raza ibérica que hemos visto estos días. Porque si esa es la mayoría, si eso es España, yo me bajo de ella e invito al que quiera a que me llame para montar el PNV a la Andaluza, que esos sí saben lo que es sacar rentabilidad a la política en beneficio de su región. Olé y menuda envidia sana que les tengo.