miércoles. 24.04.2024

Ucrania, otro juguete roto más

Las noticias sobre la guerra de Ucrania cada vez son menos halagüeñas. Zelensky busca desesperado armas por toda Europa y le son concedidas, lo que significa que la escalada bélica irá a más y los misiles rusos seguirán asediando el país, la población civil sufriendo un apocalipsis y los soldados de ambos bandos seguirán muriendo a raudales en una batalla encarnizada que escala por días por mor de la pugna geopolítica directa entre Rusia y Estados Unidos y más soterradamente entre la hegemonía emergente de China y la decadencia del liderazgo de Estados Unidos. En este contexto de descomposición de la ‘pax americana’ y donde se atisba un nuevo orden mundial basado en los regionalismos fuertes y la multipolaridad, es donde debemos enmarcar el conflicto Ucranio. Un conflicto que comenzó en la zona del Donbás allá por noviembre del 2013 cuando miles de manifestantes protestaron en Kiev contra la decisión del presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, elegido con todas las rúbricas democráticas, de suspender la firma de los acuerdos de asociación y libre comercio con la Unión Europea. Las protestas nacionalistas y europeístas provocaron la destitución de Yanukócich en una multitud de sucesos diplomáticos y callejeros que muchos analistas tildaron de golpe de estado orquestado desde Estados Unidos, lo que supuso a su vez, el levantamiento de las comunidades prorrusas de la península de Crimea y del Este de Ucrania. Tras estos acontecimientos políticos y ya iniciada la guerra civil en el Donbás se levantaron los Protocolos Minsk I (2014) y Minsk II (2015) que obedecían a un intento de parar la violencia y promulgar un estatus especial a las regiones de Donetsk y Lugansk. Sin embargo, las reticencias de las partes implicadas, dio al traste con estos intentos de pacificación. Por un lado, la intransigencia de las fuerzas políticas nacionalistas del nuevo parlamento de Kiev en su afán de integrar a su territorio la parte del Donbás; y por el otro, la de Rusia y de las provincias rusófonas por defender su autonomía y cercanía a Moscú. En esta doble pinza creada por Washington y Moscú en el corazón de Europa, la espiral de violencia e intereses espúreos fue cebándose adrede de modo negligente desde ambas posiciones, lo que derivó en una compleja situación que aceleró otro cambio de gobierno que Moscú interpreto como inaceptable. Comienza la era Zelenski. Rusia, justificando una ‘amenaza existencial para su seguridad’ decide invadir Ucrania en un intento del golpe de estado exprés apoyado por los agentes prorrusos en Kiev, pero que fracasó rotundamente gracias a los servicios de inteligencia OTAN-EE.UU. y errores estratégico-tácticos del ejército ruso.

En esta descripción de hechos, se observa claramente, que esta guerra se encuentra sujeta a las estrategias y tácticas que las grandes potencias imponen en defensa de su statu quo dentro del tablero geopolítico actual. Ucrania es el juguete roto, el país-peón de la lucha de posiciones e intereses con las que las grandes potencias miden sus fuerzas e intentan debilitar a sus contrarios y ampliar zonas de influencia. Lo inentendible de esta guerra, visto desde el punto de coordenadas geoestratégico, es la posición férrea de Estados Unidos y la OTAN de sostener el esfuerzo bélico a toda costa, sabiendo que Rusia, tal y como está sucediendo, se está echando en brazos de China, conformando un bloque económico, tecnológico, nuclear, militar y político de unas dimensiones estratosféricas y poder omnímodo. Una contraproducción en toda regla.

Por otro lado, el mantra del relato oficial Occidental es que Rusia pretende una expansión de su territorio hacia el Oeste de Europa al estilo nazi (lebensraum), pero tal idea ni es sensata ni es honesta, puesto que todos los gobiernos Occidentales han sabido desde siempre las líneas rojas de Putin: una Ucrania neutral y no más ampliaciones de la OTAN. En lo económico, unas relaciones fluidas donde ambas partes se benefician. De hecho, Rusia, tras la hecatombe comunista, siempre quiso la amistad Occidental en igualdad de condiciones, pero le fue negada reiteradamente. Estos hechos están documentados, y es sabido que, desde la caída de la Unión Soviética, Rusia siempre quiso acuerdos económicos, de seguridad y amistad con la Unión Europea y USA. Tanto es así, que pidió ingresar tanto en la OTAN como en la UE en sus años de debilidad tras el derrumbe del Pacto de Varsovia. Siempre se le negó y ninguneó. De hecho, quien no se comprometió seriamente a consagrar una seguridad paneuropea a largo plazo fue Estados Unidos. Por un lado, con las sucesivas ampliaciones de la Alianza Atlántica, llegando a cercar toda la frontera rusa. Por el otro, dinamitando y malogrando los acuerdos comerciales Rusia-UE que no gustaba al establishment americano. La gota que colmó el vaso sucedió en 2014 cuando la inefable Victoria Nuland (la de la palabrota “fuck the European Union”) y otros halcones de Washington inflaman el Euromaidán y establecen vía OTAN bases militares secretas operativas en Ucrania. Es ahí cuando Putin se da cuenta de la traición o negligencia de Estados Unidos, Francia y Alemania en los acuerdos de Minsk. A partir de entonces Putin reconsidera sus posturas y empieza a trazar y pergeñar la invasión de Ucrania. Lo sorprendente de esta guerra es la posición de la en otros tiempos pacifista Unión Europea. Su seguidismo del ‘casus belli’ designado por Estados Unidos no tiene parangón. Su falta de autonomía estratégica la está llevando a un suicidio colectivo y a una situación geopolítica cada vez más precaria e insignificante.

Como todas las guerras, esta terminará en una mesa de negociación o en una mesa de rendición. La última opción es la más remota, pues como vemos el conflicto está enquistado y las partes se juegan su prestigio, sus intereses y sus zonas de influencia. Por tanto, ojalá se imponga la razón y llegue cuanto antes la primera opción, pues es la única salida que puede evitar una catástrofe a nivel mundial. Cada día de esta guerra es un paso hacia el abismo nuclear.

Luis Fernando López Silva. Licenciado en Pedagogía y Máster en Periodismo

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