jueves. 25.04.2024

La sociedad de la ignorancia

Tal y como se esperaba, la nueva ley educativa (LOMLOE) que se pretende implantar en nuestro país lleva en sus entrañas la insidiosa receta pedagógica de la educación por competencias. Lo de insidiosa lo intentaré explicar a lo largo de este texto. Empiezo pues. La verdadera instrucción por antonomasia y sobre todo la formación universitaria siempre ha pretendido el desarrollo de las capacidades intelectuales, cognitivas y axiológicas del sujeto, es decir, potenciar ‘per se’ al máximo posible la inteligencia de los jóvenes, para que les permita labrarse un futuro lo más próximo a sus ideales, con el fin de vivir una vida propia y lo más libre posible. Sin embargo, con el más que cuestionable mantra de que los sistemas educativos han de ser subsidiarios absolutos del mercado laboral, hoy la formación no reglada como la educación reglada en todos sus tramos, la primaria, la secundaria, bachillerato, FP y la formación universitaria se orientan básicamente a desarrollar destrezas y habilidades para alcanzar las competencias que requiere el mundo tecno-laboral. En otras palabras, mientras que la educación y formación universitarias dirigidas al desarrollo de las capacidades cognitivas se construyen basándose en las “libertades” concretas de los individuos, la educación por competencias instrumentaliza los conocimientos y los enmarca dentro de la lógica utilitarista de la oferta y la demanda del mercado laboral.

Visto así, parece lógico y muy sensato que la educación apueste por el hecho de que nuestros jóvenes puedan acceder al mercado laboral con unas mayores destrezas profesionales. No obstante, tal como intentaré expresar, existen una serie de contradicciones e incompatibilidades entre el modelo de saberes y destrezas propios de las competencias, y el modelo científico-crítico tradicional. Porque mientras el primero transforma los saberes en competencias con la meta económico-determinista de colocar al estudiante al servicio de las necesidades de la economía, lo que implica reducir la educación a la fabricación de alumnado-trabajador adiestrado  y listo para arrojarse al mercado laboral, el segundo transforma los saberes en palancas de pensamiento que ayudan a generar conocimientos, a cómo pensarlos y cómo producirlos.

Por tanto, la añagaza de las competencias se halla en hacer creer a la sociedad que el alumnado tendrá un mayor nivel de profesionalización para responder a las demandas laborales. Sin embargo, la realidad es otra bien diferente, porque las competencias que hoy adquiere el estudiante cuando egresa del sistema educativo, pueden estar obsoletas en cuestión de dos o tres años debido al acelerado ritmo de una economía altamente disruptiva por la robotización y digitalización. En este sentido, la formación por módulos de competencias prepara profesionales efímeros, fácilmente desechables y difícilmente reciclables, pues solo aprendieron determinadas competencias; pero lo peor de todo, es que en estas fases formativas no adquieren capacidades suficientes para aprender otras de mayor complejidad. Mientras que, en sentido opuesto, tal y como pasó en las décadas pasadas, multitud de universitarios formados en el modelo científico-crítico tradicional fueron capaces de insertarse en futuros campos profesionales diferentes y muy diversificados, debido a una formación sólida y profunda, aportando valor añadido en términos de interdisciplinariedad, innovación y especialización en los campos donde trabajaron.

Por tanto, los que preconizan las competencias en educación diciendo que los alumnos tendrán mejores oportunidades en el mercado laboral para salir de la exclusión social, mienten, son ignorantes o son unos farsantes, pues el aprendizaje por competencias es un sistema socialmente perverso consistente en introducir en todo el sistema educativo las mismas disparidades sociales, económicas e intelectuales existentes en la sociedad. Es decir, demarca claramente las fronteras entre aquellos que piensan y generan conocimiento y aquellos que usan y aplican las ideas de los primeros.

Y aunque se nos haga percibir que la enseñanza por competencias es progresista, altamente innovadora y pretenda reducir las brechas sociales, lleva en su seno un alma claramente elitista que favorece el statu quo establecido, ya que reduce la igualdad de oportunidades, reproduce las desigualdades de clase existentes y frena la movilidad social, tal y como indican las estadísticas. ¿O es que acaso nos dirigimos hacia un mundo más equitativo? Pensemos que la formación competencial nace en Estados Unidos en los años sesenta y es donde tiene su mayor desarrollo. Y es en este mismo país donde ahora se dan niveles de desigualdad económica, social y educativa nunca vistos en la historia del país, donde la brecha social entre ricos y pobres es obscena, echando por tierra la icónica idea americana de que cualquiera que trabaje duro puede prosperar.   

En este entorno donde los sistemas educativos están totalmente domesticados por el poder económico, el modelo pedagógico de las competencias es el Caballo de Troya de toda formación honorable que anteponga el pensamiento cualitativo sobre el pensamiento competencial-cuantitativo. Porque, en esta colonización imparable de las competencias sobre los sistemas educativos públicos de todo el mundo, se halla otra cuestión de vital importancia para el futuro de la educación pública. Y es que los sistemas públicos de educación quedarán relegados a la impartición de la multitud de competencias y destrezas profesionales que necesita la economía globalizada, mientras los centros educativos privados de élite serán los que formen a las generaciones que gobiernen y dirijan el mundo, favoreciendo una arquitectura económica donde muchos trabajan para pocos. Es decir, la formación pública formará a todo el lumpen profesional que a posteriori trabajará para satisfacer las demandas económicas y las visiones ideológicas de la élite plutocrática.

Como vemos, esta educación competencial puede convertir a las sociedades a largo plazo en verdaderos laboratorios sociales de los centros de poder, pues las masas podrán ser totalmente manipuladas y aturdidas, operación previa, para que las distopias más clásicas puedan acaecer sobre la humanidad.

En conclusión, la visión competencial de la educación fragmenta y parcela los conocimientos que han de ser asimilados por los educandos, cortando de raíz los nexos y puentes que necesita el autoaprendizaje y la producción de nuevos saberes con el fin de generar una inteligencia multidimensional y holística. Por eso, un modelo educativo que atrofia la inteligencia de los alumnos más que la potencia y desarrolla, es desleal a los fines de toda instrucción verdadera, incrementando la mediocridad y la ignorancia de los futuros ciudadanos, y coloca a la humanidad a largo plazo en una situación débil para las mejoras de una mayoría social. Las competencias son un regreso educativo y social que rehúye los ideales, ensalza al obtuso y recluye al genio.

Luis Fernando López Silva. Licenciado en Pedagogía y Máster en Periodismo

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