sábado. 20.04.2024

Los paraísos fiscales y la lucha contra el coronavirus

Luis Fernando López Silva
Luis Fernando López Silva

El realismo del coronavirus ha puesto en alerta económica a los gobiernos y han puesto la máquina de hacer billetes a funcionar a pleno rendimiento: el gobierno de España anunció apoyo económico por valor de más de 200.000 millones, Italia va a movilizar 400.000 millones, Alemania 13.000 millones, Francia hará emerger 45.000 millones, EEUU inundará su economía con casi un billón de dolares, la UE inyectará 700.000 millones de euros y los bancos centrales relajarán a cero el valor del dinero y comprarán deuda a mansalva. El cortafuegos público se ha puesto en marcha a nivel mundial y de momento es el único que se está haciendo cargo de la terrible situación.

¿Se imagina el lector los miles de millones que se podrían liberar de los paraísos fiscales para la lucha contra la Covid-19 si los gobernantes tuvieran voluntad y poder para realizar tal hazaña? La cifra sería seguramente astronómica.

Se sabe que la evasión de impuestos en paraísos fiscales es una de las prácticas más habituales de los grandes patrimonios y multinacionales, aun así, las autoridades mundiales aun no han acordado las medidas oportunas para detener esta sangría fiscal de los Estados. Bien por falta de poder frente a la clase reinante del dinero, o bien por pura complicidad con el entramado. En concreto, se calcula, según datos recopilados del Fondo Monetario Internacional (FMI) que la inversión empresarial en paraísos fiscales entre 2000 y 2018 se ha multiplicado por cinco. En 2018, se estima, el dinero oculto en estos paraísos ascendió a más de 8 billones de dólares en cálculos muy conservadores. Realmente no se sabe la cifra exacta.

Ahora que la crisis del coronavirus está poniendo de relieve la falta de recursos para combatirlo tanto a nivel sanitario como social y económico, es justo al menos plantear que se detraigan recursos financieros de estas 'cuevas de Ali Baba', y no sean solo los Estados quienes se ocupen de aliviar la crisis profunda que se nos vienen encima a base de emitir deuda que más tarde se ha de pagar con gran sacrificio por todos los contribuyentes. El capitalismo es un sistema que funciona modélicamente cuando todos los índices macro y micro van bien, pero cuando se generan crisis, ya sean estas endógenas (creadas por el propio sistema) o exógenas (creadas por incidentes ajenos al sistema), el capitalismo no tiene mecanismos de resolución de emergencia para amortiguar los terremotos económicos y sociales. En momentos difíciles es egoísta e insolidario y siempre tiene que echar mano de la muleta del Estado para volver a ponerse en pie. La crisis financiera de 2008 se generó en la psicología del riesgo moral cero de los agentes financieros, pues sabían que el costo de sus acciones riesgosas recaerían, en el caso de que se produjera una hecatombe, tal y como se produjo, en los Estados (erario público). Lo que se llamó privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.

En estos momentos trágicos sin precedentes en la modernidad, en los que la economía está entrando en barrena debido a las medidas de paralización social y económica con motivo de la pandemia, es justo que los Estados tengan determinación para amortiguar la secuelas con todo su arsenal político y financiero; por supuesto, también sería meritorio que el sector privado de las altas finanzas arrimara su grano de arena, sin embargo, pocas son las multinacionales, grandes patrimonios u otros agentes del dinero mundial los que hayan anunciado que ponen a disposición de la sociedad sus casi ilimitados recursos que ahora hibernan en los paraísos fiscales o en sus cuentas corrientes.

La existencia de paraísos fiscales lo acaban pagando los más pobres, ya que al estar la recaudación tributaria generada por las multinacionales y los millonarios muy por debajo de su potencial, los Gobiernos suelen optar, o bien por recortar la inversión pública que destinan a políticas sociales, o bien por subir los impuestos a los sectores más pobres y clase media. En ambos casos los mayores perjudicados son las personas de menos recursos, con lo que la brecha de desigualdad aumenta. De momento, solo hay silencio por parte de las autoridades competentes y nadie está por la labor de regular esto, aunque la existencia de paraísos fiscales perjudique seriamente a la democracia, al crecimiento de las pymes y en estas malditas horas la salud de millones de personas en todo el mundo.

Con esta crisis se abre una oportunidad única para que se revise la legislación en torno a esta cuestión, o para que aquellos que ocultan sus ganancias en la opacidad de los paraísos fiscales de un paso al frente y pongan a disposición de la sociedad todos esos recursos sustraídos  de modo tortuoso a la fiscalidad legal. Sería un modo de resarcirse de esa carga  onerosa que conlleva ocultar el dinero por una miope y vacua avaricia, además, de un paso patriótico y de compromiso con la sociedad en tiempos de gran tribulación.

 

Luis Fernando López Silva

Licenciado en Pedagogía y Máster en Periodismo

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