El término geopolítica fue acuñado a finales del siglo XIX, haciendo referencia a la distribución del poder según los territorios, pero su uso no fue generalizado hasta 30 o 40 años después. Esto no quiere decir que las relaciones entre países no existieran en el pasado, pues a lo largo de la historia los choques entre los distintos pueblos no han dejado de sucederse; y el modo en que han reconducido sus relaciones para bien o para mal, es a lo que hoy llamamos geopolítica.
Claro está que la globalización, la dependencia de intereses entre países y los cambios permanentes en la escena internacional han propiciado que la geopolítica moderna cobre una mayor dimensión y profundidad, y se haya convertido en una asignatura transversal y obligatoria para todos aquellos que se preopucpan por los asuntos políticos, económicos, sociales y tecnológicos. La utlidad de la geopolítica actual se asienta en la capacidad de hacer valer la visión del mundo de un determiando país a los demás países, imponer la reglas del futuro y generar prospectivas de situaciones venideras a escala global.
Nuestro país, como casi todos los países del mundo tienen establecida su estrategia geopolítica en la maraña de intereses nacionales e internacionales. Evidentemente, unos lo hacen mejor que otros, dependiendo de su capital humano, su dimensión territorial, su estructura política, su poderío económio, tecnológico o militar. España, un país medio que ocupa el lugar treceavo en las economías con más PIB a nivel mundial, es un país con poca capacidad de influencia y poder real en el tablero geopolítico, pero sin embargo, es un país al que ambicionan los grandes actores geopoliticos tanto por su situacón geográfica como por su influencia en el mundo hispanohablante.
Es en este contexto global de relaciones de acción-reacción donde se dá la salvaguarda de los intereses nacionales. Sin embargo, existe en el estado español otra esfera geopolitica a nivel interno que esta relacionada con su estructura territorial: las Comunidades Autónomas. Y que voy a llamar 'Geopolitica de la Autonomías'. Como bien sabemos nuestra piel de toro está cuarteada geográficamente en 17 autonomías más las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Esta estructura territorial surgida de la Transición no ha parado de desarrollarse y acaparar poder a medida que se le han ido transfiriendo competencias legislativas, ejecutivas y judiciales en todos los asuntos de gobierno: economía, seguridad, sanidad, cultura, educación, etc.
A pesar de ello, esta estructura no ha conseguido una convergencia ecuánime entre los distintos territorios y el tema de los nacionalismos perféricos, las diferencias socioeconómicas y la solidaridad interterritorial sigue abierto y generando grandes diatribas entres las regiones ricas y las pobres, ya que las primeras no están dispuestas a sacrificar recursos y crecimiento a costa de las segundas. Este malestar territorial lleno de agravios comparativos ha creado el caldo de cultivo perfecto para una soterrada guerra entre comunidades. Como epítomes de esta geopolítica de las autonomías tenemos en primer lugar los nacionalismos vascos y catalán, que en su búsqueda romántica de la independencia, no han cejado de presionar e influir en el gobierno central a la vez que intentan no ser influidos por éste. En este toma y daca, se normalizó la táctica del mutualismo político entre el ejecutivo central y los periféricos, basada en la estabilidad de la política nacional a cambio de mayor autogobierno. Sin embargo esta táctica rompió sus costuras en 2017 con la DUI en Cataluña y el descosido se ha convertido en harapo. Otro ejemplo de esta lid tacticista entre comunidades la tenenmos en el campo económico. Comenzando por el desleal dumping fiscal entre comunidades y terminando por los desacuerdos en la financiación autonómica, las trabas administrativas en doble dirección o las refriegas por el acaparamiento y explotación de los recursos hídricos u otros en zonas limítrofes. Otro ejemplo paradigmático de esta pugna geopolítica se ha manifestado en la crisis sanitaria, que ha hecho notorio desde el principio de la misma cómo cada autonomía iba perfilando una estrategia propia para combatir el virus en función de intereses egoístas, partidistas y muy al margen de sus vecinos. Esto ha creado descoordinación, insolidaridad y un debilitamiento y desgaste de la estrategia nacional para vencer al virus, que seguramente se halla traducido en mayor número de muertos y en un despilfarro enorme de recursos.
Como vemos en estos hechos, la ambición de poder y los enfrentamientos continuos entre comunidades y entre comunidades y gobierno central en función en los partidos gobernantes, es una realidad que se exacerba con cada nueva legislatura, ayudando al crecimiento de fuerzas centrífugas y asimétricas, lo que supone una erosión cada vez mayor de la unidad nacional. Es privisible que si no se corrige esta deriva solipsista, España como país perderá peso y soberanía a nivel internacional y sus ciudadanos tendrán menos oportunidades, condenados a una mayor pobreza y desigualdad, así como a una mayor dificultad en el uso de sus libertades.
La geopolítica mundial nos está enseñando que el camino a elegir es el contrario, es decir, más unidad nacional y más unidad europea si queremos ser actores soberanos e influyentes en la realpolitik mundial; por eso, se hace cada vez más imprescindible que tanto los gobiernos autonómicos como el gobierno central español dispongan de capital humando inteligente que posibiliten vislumbrar acontecimientos futuros para elaborar y establcer unas estragegias de geopoder que nos posicionen en los lugares adecuados para defender en el mundo complejo y hostil que se nos presenta nuestra idiosincrasia y acerbo cultural común, y hacer valer y respetar nuestros intereses como nación en el tablero del poder internacional. En caso contrario, es muy previsible que la actual geopolítica interna del divide y vencerás nos llevará a la irrelevancia política, económica y cultural.
Luis Fernando López Silva. Licenciado en Pedagogía
