viernes. 29.03.2024

La evaluación educativa como mero generador de burocracia

Si hacemos un ejercicio de observación no es difícil percibir como la evaluación en sus múltiples formas se ha ido infiltrando sigilosamente en nuestras vidas. Tanto que, en nuestros días, todas las agencias y colectivos sociales, y por supuesto, la maquinaria de la administración pública, la han convertido en una herramienta omnímoda con la que pretenden analizar, valorar y proporcionar soluciones a gran parte de los problemas que aquejan a la sociedad. Es lo que muchos expertos denominan la sociedad evaluadora o Estado evaluador.

En el ámbito educativo, es a partir de los años noventa cuando de verdad irrumpe la evaluación en nuestro país, creándose la mayor parte de los organismos, agencias y programas evaluadores. La tarea partió de la convicción de las autoridades y líderes educativos, todos ellos enrolados en la ola evaluadora que llegó del mundo anglosajón, que creyendo que implantando en todos los niveles educativos estrictos sistemas de evaluación lograríamos conseguir la tan ansiada calidad educativa, pergeñando un sistema educativo mucho más eficiente y transparente. No obstante, la realidad educativa de nuestro país niega la mayor y evidencia que no se han conseguido mejoras palpables de calidad educativa como bien informan los diversos estudios internacionales, que siempre nos meten en el furgón de cola de la educación a nivel mundial.  Por supuesto, esto no quiere decir que la evaluación no sea un gran recurso educativo para lograr la calidad de la enseñanza, porque sí que lo es. Lo que pasa es que la mayoría de los sistemas de evaluación implementados en los diferentes ámbitos educativos son mediocres y solo pretenden la tarea de calificar o poner una nota sobre  conocimientos estándar, sin tener en cuenta los procesos de aprendizaje y otras variables pedagógicas muy importantes. Además, se hacen muchas y de dudosa calidad, cuando lo lógico sería hacer las justas, pero bien ideadas y diseñadas, ataviadas con mecanismos que ayuden a elevar la inteligencia didáctica de todo el proceso de enseñanza-aprendizaje y la mejora real del sistema educativo.

Uno de los que suscribe el texto, viene observando desde su corta experiencia en Proyectos de Escuelas Profesionales Duales esta dinámica evaluativa de apostarlo todo a la accountability o rendición de cuentas, donde la evaluación es convertida en simple método de justificación y fiscalización ante las inspecciones de los diferentes niveles administrativos que coordinan y financian los proyectos, condenándola a ser un mero instrumento generador de burocracia de abajo hacia arriba. Esta forma de entender la evaluación descuida los aspectos más didácticos y pedagógicos de la evaluación, porque una evaluación es buena si sirve para enriquecer plenamente a las personas que en ella intervienen y si sirve para generar confianza y deseos de seguir aprendiendo, identificando fortalezas y debilidades del aprendizaje.

Es muy desolador observar cómo personal coordinador de estos proyectos formativos son incapaces de dar un paso sin un papel que rellenar o un trámite que oficializar, siervos de las mil y una fichas evaluadoras, planificadoras, programadoras y justificadoras que la administración les sustenta, temerosos de la visita de turno de los técnicos de la inspección. En este ambiente reprimido y represivo en el que viven los equipos docentes por mor de la administración solo puede florecer el automatismo, la mediocridad y el desinterés, quedando ahogados la espontaneidad didáctica, la innovación evaluativa, la investigación intra-aula o el talento educativo del profesorado. Los efectos colaterales de esta visión esquizoide de los procesos evaluadores son los alumnos, pues los sumergimos en la absurda espiral de superar exámenes tipo de los que nada se aprende, donde el objetivo final de la administración es expedir certificados profesionales a troche y moche (‘certificatitis’), pero sin atender a la calidad de los procesos formativos.  

A mi entender, la evaluación ha de ser entendida como un proceso formativo que sirva como fuente de motivación y no como una tarea frustradora, estresante y profundizadora de desigualdades entre los educandos, donde la evaluación se convierte en un método de simulación y apariencias para decir que todo marcha bien, cuando lo verdadero es que se está usando para ocultar debilidades, vacíos, carencias y salir bien parados de los juicios y críticas externas. La evaluación del aprendizaje en su dimensión constructiva tiene una cara formativa y retroalimentadora, que ayuda a los sujetos a aprender, a querer continuar aprendiendo y a desarrollarse. Ésta es la vertiente que se debe potenciar y promover en las instituciones educativas si queremos hacer de la evaluación un proceso de comprensión y mejora de la educación.

Sin embargo, tanto en la educación reglada como en la no reglada hemos transitado de la burocracia del papel a la burocracia tecnológica, implementando complejos sistemas de certificación de calidad educativa, que solo sirven como generadores de más ‘alfalfa burocrática’, y de paso, como sibilino mecanismo de control socio-educativo a través de la tecnología. Todo ello, adornado con una multitud de plataformas llamadas educativas, pero que en realidad no tienen nada de didáctico ni de educativo, pues son puros conductos de información y gestión entre profesorado, alumnos y administración (rayuela, educarex, getcotex, eScholarium, plataformas de Google…) Y mientras, el problema educativo y evaluativo sigue ahí, incólume y expansivo.

Como última reflexión, añadiría que la verdad de este drama reside en gran parte en la falta de confianza de las administraciones educativas en el cuerpo de docentes, pues cada día se hallan más desvalidos y desvalijados de conocimientos poderosos y transformadores, restándoles con cada nueva ley educativa autonomía y libertad de cátedra en su ejercicio educacional.

Me quedo con esta magistral frase que de algún modo sintetiza todo el texto: “La escuela es el lugar donde más se evalúa, pero donde menos se cambia”. 

Luis Fernando López Silva. Licenciado en Pedagogía

La evaluación educativa como mero generador de burocracia
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