sábado. 20.04.2024

Educación, ideología y servidumbre

Ya tenemos nuevo decreto sobre la FP y el Bachillerato. Alguno más de tantos. De la cuales, ya no interesan ni su letra ni su espíritu a gran parte de la comunidad educativa y menos a la sociedad en general, pues como todas las normas de las últimas décadas, será un decreto excesivamente utilitarista y sesgado ideológicamente, además de coyuntural, pues será derogado en cuanto el gobierno de turno cambie de color. Esto significa que la degradación del sistema educativo en España sigue su curso de modo inexorable hacia una educación etérea, vacía de contenidos integrales y que ya ha renunciado a potenciar la capacidad de pensar y ensanchar la inteligencia de sus educandos. Un sistema educativo que se distingue por ser cada vez más burocrático, banal y cursi, empleado a fondo desde las primeras etapas educativas en sistematizar actividades y horarios con el fin de destruir los últimos resquicios de libre albedrío de la población joven. Como pedagogo, y esto es una opinión muy personal, creo que la arquitectura pedagógica que se ha ido construyendo a lo largo de estos últimos años en nuestro país, ha desembocado, inocentemente o no, en una regresión educativa que invita a los que allí se educan a que jamás piensen de forma libre, autónoma y crítica, categorías éstas, esenciales de la educación. Por un lado, las toneladas de aprendizajes sistémicos y autómatas que absorbe hoy día el alumnado eliminan toda capacidad de mínima reflexión. Por el otro, los nuevos contenidos relacionados con el mundo digital y los empleos del futuro, eso que llaman ahora competencias, habilidades, emprendimientos tecnológico, digitalización, machine learning, trabajos en red y demás farfulla lingüística, aunque los vistan con el marchamo pragmatista, en realidad, su única pretensión es premiar la sumisión del alumno a un procedimiento pedagógico que lo condicionará de por vida, haciendo de él un ciudadano estándar al servicio del sistema político y tecno-económico de las élites, garantizando así la estabilidad del sistema acorde con los intereses de la clase oligárquica mundial. La gran paradoja educativa de las sociedades modernas estriba en que la mayoría de la población posee muchos títulos formativos, pero sigue siendo analfabeta en lo primordial, tener capacidad analítica y crítica para entender el mundo de un modo multifocal. Sin una educación que sea capaz de potenciar la inteligencia analítica, las sociedades son fácilmente influenciables, son recipientes abiertos dispuestos a acoger en su seno los populismos más dañinos, las teorías más irracionales y los modos de vida más estrepitosos.  Se podría decir que la educación implementada a través de los sistemas educativos ya no son una vía hacia la libertad, sino más bien un camino fácil hacia la servidumbre. Hoy día más que nunca, toma fuerza lo que decía Isaac Asimov: ser autodidacta es el único tipo de educación que existe. Y añado, casi todo lo demás es pura manipulación.

El siguiente estadio, antes de llegar a la fase de servidumbre voluntaria, se desarrolla cuando este tipo de educación ha operado su efecto de vaciado cognitivo en la mente de los jóvenes, es decir, se les ha extirpado la capacidad de razonar y a su vez se le ha insertado un disco duro lleno a rebosar de tareas, habilidades y destrezas para el mundo práctico que les espera. Es entonces cuando llega el momento de los ideólogos sociales. Con todos sus medios a disposición tienen el potencial mediático suficiente como para ir insertando sibilinamente en la sociedad sus tesis sociales, políticas, económicas, religiosas o de cualquier otra índole, acarreando una atomización de las comunidades y polarizando las cuestiones sociales más urgentes, provocando de un lado conflicto social y del otro confusión e inacción parlamentaria. De hecho, se ha llegado a tal estado de desmoralización y autoflagelación que el ‘ciudadano-red’ termina por aclamar aquellas ideologías que acaban esclavizándolo, ya sea por el poder político, por el poder económico o una mezcla de ambos. Es como una reacción masoquista en la que cada individuo debe demostrar que se identifica sin remilgos con el poder por el que es o será golpeado sistemáticamente.

En esta andadura voluntaria hacia la servidumbre, existe otra clave que es fundamental entender, pues su operativa en la psicología actúa como inhibidor del pensamiento. Hablamos de la industria cultural y del entretenimiento. De algún modo, la industria cultural de hoy día, además de contribuir a domar instintos revolucionarios, ha conseguido algo más importante, inculcar el conformismo necesario para tolerar la vida desenfrenada y despiadada que impone la pirámide social. Cuando la industria y la tecnología del divertimento produce y emite su variado menú de entretenimiento basura por tierra, mar y aire, es cuando uno se da cuenta de la sordidez del sistema, impuesto por los de arriba y acatado gustosamente por los de abajo. Es así cómo se normaliza la mediocridad, pues una vez instalada en el seno de la sociedad, pocos advertirán que son sujetos encadenados por propia voluntad. Decía Étienne de La Boétie en su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” que la sumisión más salvaje no es la que irrumpe por medio de la fuerza, sino a través de la escandalosa elección popular y la pasividad de la costumbre. Ojalá estas palabras tan esclarecedoras nos valieran de faro a una sociedad occidental en estado catatónico.

Luis Fernando López Silva. Licenciado en Pedagogía

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