jueves. 25.04.2024

Aquel verano

Juan Antonio Palacios Escobar
Juan  Antonio Palacios Escobar

Mi amigo Filiberto, todos los veranos desde que cumplió doce años, los pasaba con su familia en Bolonia, donde tenía una vieja casa de pescadores que habían arreglado y acondicionado para vivir con comodidad. Allí habían vivido sus abuelos y sus padres.

Siempre tenía en su memoria aquellas aguas turquesas, la gigantesca duna salpicada por el verde de los pinos, piscinas naturales y hasta una antigua ciudad romana que la administración había puesto en valor con el tiempo, contando con un centro de interpretación y un anfiteatro en el que durante el buen tiempo se representaban obras clásicas y modernas.

Aquel verano de 2020, iba a ser distinto, aunque su mujer Obdulia, e  hijos de 9 y 6 años, Pablo y María disfrutaban del sol y el mar como nadie, no era como siempre. Había dejado atrás la pandemia del Coronavirus, aunque todos los expertos nos advertían una y otra vez que fuéramos prudentes, ya que aunque no lo creyésemos, el dichoso y maldito bichito continuaba con nosotros.

Habían estado tanto Filiberto como Obdulia teletrabajando durante los últimos cuatro meses, él para una empresa financiera de inversiones, ella como profesora de secundaria impartiendo teledocencia, un formato al que alumnos, padres y docentes se habían tenido que acostumbrar.

Pablo y María también llevaban todo el tiempo de pandemia sin tener contacto personal con sus compañeros de cole, sus amigos y sus familiares. Aunque solían estar en Bolonia alrededor de mes y medio. Filiberto, Obdulia y los niños cargaban hasta los topes el Toyota Avensis, a veces realizando dos viajes desde Algeciras.

Pero en este itinerario  de apenas 20 km, hacían una mudanza en toda regla, con maletas, bolsas y cajas llenas de ropas, sábanas, toallas, vajillas, el televisor, el perro y en el exterior la bicicleta desmontable. Vamos que ahora entenderán ustedes porque hacían falta dos viajes. Y conste que los tres últimos años habían disminuido considerablemente el equipaje y reducido los enseres a trasladar.

Cada año se decían, si aquello en aquel paraíso de Bolonia  eran unas vacaciones o realmente multiplicaban el trabajo y la faena  diaria. Se estaban planteando reservar dos habitaciones de hotel durante menos tiempo, unos quince días, pero que les permitiera descansar de verdad, con todo por delante.

Además aquel año no estaban para muchos trajines, la pandemia y el confinamiento les había dejado psicológicamente machacados y el teletrabajo suponía más horas de dedicación y la imposibilidad de desconectar. También este año tenían la preocupación de cómo sería la vuelta a clase, tanto de Obdulia como docente y los niños, Pablo y María, al volver a recuperar la nueva normalidad, con  lo conocido y lo diferente.

Curiosamente, a pesar de que aquel verano, tenían las limitaciones de guardar el metro y medio de distancia social y las mascarillas., por la casa pasaron familiares, amigos y conocidos a mogollón, con la excusa de las enormes ganas que tenían de verlos. Así a primeros de Agosto, contaban desesperadamente, como el que está  recluido en un presidio, que llegara el día 15.

La demostración de aquel estío, era muy distinto, que  cinco días antes de lo previsto, el lunes día 10, cargaron el coche hasta su máxima capacidad con Filiberto al volante  y Obdulia, montó en un taxi con los dos niños. Aquel verano no era como los demás.

                                            

Aquel verano
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