jueves. 28.03.2024

Actuar sin rechistar

Pensar y actuar suelen ir unidos en un equilibrio necesario. Sin embargo hay quienes se pasan la vida reflexionando sin atreverse a actuar, y gente de acción que  diera la impresión que no se  la piensan dos veces. Dentro de esta forma de ser y estar de la fauna humana, están los que hablan hasta por los codos y de forma compulsiva, sin ningún sentido de la prudencia, y aquellos otros que actúan sin rechistar y de cuya boca no sale palabra alguna.

Algunas veces imaginamos utópicamente un mundo donde los pensamientos , las doctrinas y nuestros objetivos se acoplan de manera armoniosa en el funcionamiento de la sociedad , mientras hay quienes desde esta situación caen en la distopía llevando las consecuencias a los extremos, y buscando mejorar , empeoran , y consiguen convertir el escenario social en un circo de odio, ruido y furia o bajo el paraguas del optimismo se hacen trampas, como las reformas necesarias que terminan en recortes empobrecedores.

Para contar algo hemos de tener ideas y una historia en la que conozcamos a los protagonistas y que les ocurre o que queramos que sea lo que suceda, y entre el auge y la decadencia vamos construyendo palabra tras palabra, lo que terminará de forma grata y feliz o en un desastre o catástrofe.

Hoy en día no es fácil construir cosas bonitas con actuaciones mediocres, sacar sonrisas de las tragedias, actuaciones brillantes de cosas vulgares y despreciables. Pero siempre nos queda la imaginación para inventarnos lo que no encontramos en la realidad, para hacer a la ficción posible.

Controles y descontroles, avances y retrocesos, esenciales y superficiales, hablamos y permanecemos en silencio, decimos lo que no queremos, y no expresamos lo que nos gustaría contarles a los demás, entre ruidos y silencios, charlamos sin parar o callamos sin rechistar.

Utilizar el lenguaje para agasajar o emplearlo para chantajear, explicar lo posible o dibujarnos lo oculto y lo desconectado, sufrir una tragedia o disfrutar una comedia, ser capaces de utilizar la palabra como vehículo de diálogo y acuerdos, colocando los intereses generales por encima de los particulares.

Hay quienes nunca deben perder la ocasión de estar callados, porque si hablan en segundos pueden pasar de ser víctimas a verdugos, de geniales a torpes sin remedio, del punto de llegada a volver permanentemente al de partida, de la artesanía a formar parte de un engranaje digital y  desconocido.

Entre la coincidencia y la correspondencia, buscamos la coordinación y la cooperación, y aprendemos a decir las palabras justas para no meter la pata y evidenciar nuestra ignorancia. Si entramos en la carrera de ganar a toda costa, nos encontraremos que, en ese momento, hemos comenzado a perder de la mano de la competitividad, obsesionados por vencer, en lugar de convencer y por tener en vez de ser.

Nuestras palabras deben ser oportunas en el espacio y en el tiempo, si no una buena idea, una excelente exposición puede ser nuestra peor aliada y difícilmente concitará el apoyo de los demás. No ser capaces de plantear cosas nuevas e innovadoras y quedar presos y rehenes de la rutina y los tópicos,  hace que aburramos a la gente, que estimulemos la somnolencia y que sustituyamos la innovación por la repetición perdida en el borreguismo que anula la originalidad.

Desde la humildad hemos de reconocer que todos estamos llenos de debilidades y errores. Si somos capaces de perdonarnos recíprocamente nuestras tonterías, habremos avanzado bastante, tal y como decía Voltaire.

Actuar sin rechistar
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