jueves. 28.03.2024

Madrid da miedo

 

Nos pongamos como nos pongamos lo de Madrid en estos momentos da miedo, y no podemos tapar lo sucedido en las residencias de ancianos elevando a crisis nacional el herido ego de un coronel de la Guardia Civil al que han despedido de un cargo de designación directa, a la altura de un asesor, o la guerra de datos sobre cuántos murieron, si fueron treinta o cuarenta mil, sobre todo si vamos a tratar esas muertes como meros números que argumenten la sucia política en la que hemos desembocado.

El problema real de esta crisis sanitaria es muy distinto y preocupante, porque nos lleva a despreciarnos como sociedad, como conjunto que se supone que hemos evolucionado con el paso de los años, cuando realmente sólo hemos desarrollado los peores de todos nuestros defectos: la envidia y el egoísmo.

Parece que hemos olvidado que aquello que hoy tenemos es precisamente lo que esos a los que hemos abandonado en las residencias de ancianos nos procuraron, por lo que ellos lucharon en las calles cuando ni tan siquiera había libertad para poder hacerlo. Ahora bien, pongamos en el escenario de la realidad histórica, lo que estamos consiguiendo y, lo que me preocupa aún más, lo que vamos a dejar a esos que vienen detrás. Sin perder de vista que hoy sembramos para recoger mañana.

Y la regla de tres es muy sencilla. Si aquellos que lucharon, se dejaron la piel trabajando, pluriempleados, haciendo encajes de bolillo para pagar carreras a sus hijos y que no fuesen víctimas de las mismas limitaciones que ellos sufrieron, si a esos les hemos dejado morir en las residencias de ancianos y no parece importarnos que una presidenta de una comunidad de Madrid, un consejero con las funciones delegadas por ésta, o cualquier otra persona decida sobre la vida y la muerte de miles de indefensos ¿Qué nos espera a nosotros en esa misma o parecida situación?

Es duro reconocerlo, pero estamos vendidos. Y aún peor, si evolucionan nuestros jóvenes hasta el punto de como lo hemos hecho nosotros, empecemos a hacer sonar las alarmas.

En Estados Unidos, sociedad a la critico bastante por su doble moral, pero a la que al mismo tiempo admiro por la semidemocratización de avances que hoy aquí son aún meros anhelos de futuro, han sido capaces de poner en jaque a un país, a su gobierno, por una muerte. Una sola, atroz por todo lo que engloba, pero una al fin y al cabo.

Aquí han muerto miles de ancianos abandonados a los que literalmente se les han cerrado las puertas de hospitales públicos que ellos construyeron con sus impuestos. Y ¿Saben lo que realmente parece importarnos de lo sucedido? las demandas de responsabilidad civil y las indemnizaciones que puedan derivarse a sus herederos. Si esos mismos demandantes se agolpasen un solo día en las puertas del despacho del consejero que dictó la orden, del gobierno autonómico que se tomó una libertad que no creo que le arrogue ninguna ley, tendríamos algo de luz en una situación que no solo muestra muchas, muchísimas sombras, sino que es sencillamente tenebrosa.

Madrid, hoy, da miedo y son los madrileños lo que tienen que arreglarlo, los que tienen que decidir si están dispuestos a asumir esa realidad, o hacen de cada uno de esos ancianos fallecidos en sus residencias un George Floyd con el que gritar hasta aquí hemos llegado.

No podemos seguir pensando que humanidad es sencillamente el conjunto de los que estamos sobre el planeta, sin entender que es precisamente aquello que debemos hacer para protegerla. La humanidad no es un fenómeno, es una actitud.

 

 

Madrid da miedo
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