viernes. 19.04.2024

Luchar para ganar

Esperanza Pérez Felices, alcaldesa de Níjar
Esperanza Pérez Felices, alcaldesa de Níjar 

Si Almería tuviese todo aquello que nos corresponde por eso que consideramos como derecho propio, deudas históricas o por mera justicia entre territorios, tendríamos línea de AVE en funcionamiento más o menos desde 2013. Níjar disfrutaría de su Puerto Seco desde hace cinco años, los agricultores locales tendrían las mismas exenciones por uso de agua desalada que en otras comunidades y existiría una conexión ferroviaria soterrada con el puerto desde hace, más o menos, unos 20 años. Eso sería lo ideal, entre otras muchas cosas, pero no es la realidad.

Por todo ello tenemos que analizar qué hemos conseguido hasta ahora con los modelos de reivindicación usados hasta este momento. Y como la respuesta no es muy buena, que digamos, pues toca replantearnos si sirve de algo continuar con las viejas estrategias de siempre o conviene, por ejemplo ahora, dar un verdadero bandazo que nos ayude a conseguir alguno de esos logros que, comparto, nos corresponden por derecho.

Encima de la mesa tenemos como uno de los problemas más urgentes la crisis del campo, la necesidad de regular unos precios mínimos que permitan al sector no sólo sobrevivir, sino tener unas perspectivas de futuro que reconozca a los productores y demuestre a toda la sociedad, la importancia que tiene el campo para nuestro actual modelo de vida. Y a cada paso que se de desde la administración podemos tomar la opción de ponerle pegas, como siempre, o de tomar el toro por los cuernos y ponernos a trabajar para decirles a todos que no, que el olivar no tiene nada que ver con la agricultura de los invernaderos. Que el mercado del lino se parece al del tomare o el pepino lo que el desierto de Tabernas a los frondosos bosques de Asturias, y así hasta darnos cuenta de que, al final, nuestro problema está principalmente en nuestra capacidad de presión efectiva.

Y ojo, no es lo mismo gritar que convencer, intentar ganar las guerras con luchas a pie de calle que en las comisiones de los equipos técnicos que redactan las leyes, los decretos, las normas que en definitiva al final son comunes para todos. 

En mi opinión es ahí donde está el principal problema, en que no podemos permitirnos que otros establezcan una tabla rasa para el problema agrícola porque no es lo mismo una crisis de precios para el aceite de oliva, que lo puedes almacenar durante meses hasta esperar un precio adecuado, que el de un tomate. Y me explico. Una caja de producto de Níjar, por ejemplo, si no lo vendes en una semana lo terminas tirando a la basura. 

Tirar un tomate no es deshacerse de uno o varios kilos de producto, sino que implica la mano de obra, amortización de estructuras, créditos de campaña, siembra, manipulación y transporte que al final del camino tienen un valor de “0”.

Como alcaldesa de Níjar siempre estaré allí donde el sector lo pida, pero eso no impide que, siente bien o mal, tenga que recordar, reiterar y convencer de que uno de los principales problemas que tenemos es que no hemos sabido transmitir las particularidades del campo almeriense en las mesas de negociación en las que se adoptan las medidas comunes. Principalmente, creo yo, porque ninguno de los actores principales de esos círculos decisorios procede específicamente de esta rama de la agricultura. Secundariamente porque hasta ahora no se ha tomado conciencia de la necesidad de hacer lobby, de configurar un grupo de presión constructiva que represente específica y realmente al campo almeriense y que, apoyado por profesionales y no por opinadores profesionales, sea capaz de proponer alternativas concretas a los textos que al final, cuando salen publicados en el BOE, convertimos si o si en una ofensa al campo almeriense, en arma política arrojadiza o en una solución que no llega a unos mínimos.

Podemos seguir gritando, dejándonos la piel en cada corte de carretera, o darnos cuenta de que si en 20 años no lo hemos conseguido y con gobiernos de todos los colores, igual, sólo igual, el problema no está en que no se nos escuche, sino en que quizás, sólo quizás, no utilicemos el lenguaje, el idioma preciso para conseguir esos logros.

Vamos, lo que viene a ser luchar para ganar batallas no, sencillamente, para librarlas.

 

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