Entre saturados de noticias a la vez que incrédulos con las medidas que se están adoptando, asistimos a una situación tan novedosa como inquietante y alarmante por las consecuencias económicas que se intuyen. La crisis del coronavirus nos sacude no sin cierta perplejidad por esa sensación de ‘si yo estoy bien’ y esa otra que nos trasladan quienes la han pasado y aseguran ‘estar estupendamente’, lo que no nos encaja con este cierre de fronteras a nuestro país y los confinamientos que ya se empiezan a producir y no sabemos hasta donde llegarán. Lo cierto es que si la OMS ha puesto la voz de alarma y los países se están coordinando para ver como abordar este asunto que sobrepasa cualquier límite territorial, lo suyo es acatar sin rechistar cualquier disposición que el Gobierno de España adopte, sin aspavientos.
Las tentaciones que algunos tienen de empezar ya a criticar las medidas, todas se quedan cortas porque la declaración de alarma se tenía que haber adoptado desde el primer momento y las propuestas para intentar paliar las consecuencias económicas son escasas, sobran en estos momentos. Los cambios se están produciendo de forma constante, según evolucionan los acontecimientos, y no sabremos hasta que finalice la crisis si ésta ha estado bien o mal gestionada, aunque vaya por delante que será difícil poder comparar la actuación con cualquier otra porque sencillamente no hay precedentes, esta situación nos sobrepasa a todos ya que no se parece en nada a lo vivido por nadie en este país. Así las cosas, estaría bien que la oposición limitara su actuación a hacer aportaciones positivas y dejara a un lado los reproches.
Esta pandemia va a ser toda una prueba de fuego para conocer nuestras capacidades y quien sabe si al final nos ayude a todos a ligar mejor un territorio que en los últimos tiempos se nos presentaba profundamente resquebrajado.
