viernes. 19.04.2024

Javier Salvador, teleprensa.com

Las elecciones generales del 28 de abril se han convertido en un muy mal sucedáneo de lo que habitualmente vemos del espectáculo norteamericano, pero ni somos estadounidenses ni podemos copiar solamente la parte que más nos interesa de un momento preciso sin exponernos al riesgo de terminar adquiriendo todo el paquete. Que en España se instale el concepto de fakenews como si hablásemos de algo cotidiano, se aleja mucho de lo que podemos denominar como anecdótico o irónico para llegar al escalón de serio problema que merece una respuesta general del verdadero soberano de este país, que es sencillamente el pueblo. Su voto.

Candidatos que hablan de quienes pactan con terroristas, cuando como país se ha conseguido cerrar esa página de la historia reciente, o quienes tachan de golpistas a quienes pretendieron hacer malabares con la Constitución española, -de ahí que estén enjuiciados-, pero que al mismo tiempo se niegan a reprochar o condenar lo que de verdad si fue una dictadura, la usurpación de un Estado libre y democrático por las armas.

El uso tan alegre de ese miente que algo quedará, está muy al filo de esa navaja que entronca con la crítica personal y moral de los contrincantes, y no falta mucho para que nos escandalicemos porque se airee que uno de los aspirantes tenga unas tendencias sexuales poco convencionales en su actual pozo de electores. A una semana de las elecciones y a la espera de las últimas estimaciones de voto, todo indica que estamos abocados a ese modelo americano en el que ya no se trabaja en la propuesta de programa, sino en la destrucción de la imagen del contrincante. Solo que allí lo vemos en las primarias de los propios partidos de cara a las presidenciales, y aquí lo viviremos en la lucha por liderar una determinada ala ideológica. Y llegados a este punto todo vale, no hay honor y mucho menos moral política.

Los debates electorales que se están viviendo empiezan a generar titulares no por su contenido programático, sino por el nivel de la trifulca, pero la clave está en cómo entiende esta situación el votante natural de cada una de las formaciones políticas que aspiran a la presidencia del Gobierno.

Los votantes de izquierdas, tanto PSOE como Podemos son precisamente los que antes se movilizan ante mensajes tan tajantes como los que se obstina en repetir una y otra vez el tridente de la derecha. Dicho de otro modo, si en Andalucía la estrategia de Susana Díaz de airear la llegada del lobo que irrumpía en la campaña le dio precisamente la promoción que no necesitaban, en las generales se ha producido el efecto contrario al ser los propios PP, Ciudadanos y Vox quienes han reclamado el protagonismo electoral con sus pintorescas propuestas, lo que ha provocado una movilización de rechazo que va camino de ser histórica.

El votante de derechas, mucho más moderado tradicionalmente en el mensaje que quiere escuchar, ha envejecido y ya no tiene oídos para tanto ruido, de ahí que su confusión sea tal que empiezan a ver a Vox como la verdadera derecha que durante tantos años tenían vergüenza de reconocer por lo reciente de la dictadura y sus efectos. El PP, con un candidato demasiado joven para su público objetivo se ha convertido en un puzle en el que las piezas no encajan y, por si fuese poco, el acento argentino no le cae excesivamente bien. De otro lado Ciudadanos, que ganaba terreno con su mensaje moderado y ahora desmorona conforme endurece sus proclamas con una confusión de partida, que estas no son las elecciones contra Cataluña o el País Vasco, sino las generales de España. El resultado de esta ensalada de un único ingrediente preparado con distintos cortes será una abstención poco usual en ese lado del electorado. Sencillamente el mensaje no casa con sus pretensiones, con sus necesidades, y a ciertas edades los hay que no quieren participar en peleas de patio de colegio, cuando se debería hablar de elecciones y con mayúsculas.

El PP ha perdido gracias a gurús como Rato o Bárcenas y el saqueo de la hucha de las pensiones su imagen de buen gestor, mientras el PSOE gana enteros entre abuelos y jóvenes con mensajes tan sencillos como mantener el sueldo mínimo en mil euros y más vacaciones por tener hijos.

Frente a esta situación la huida hacia delante ha sido ese miente que algo queda, pero el problema es que esos mensajes lanzados desde el tridente sólo están sirviendo para generar trasvases internos de votos entre ellos mismos.

Ahora la pregunta es quién de los tres lanzará la primera piedra contra la moral del contrincante, y ojo, que después de las últimas encuestas la lucha ya no será contra Pedro Sánchez (PSOE), sino entre los tres aspirantes al dividido voto de derechas. Esa lucha de tres será muy parecida a las que se viven en los EE. UU. para conseguir ser el candidato de un ala ideológica determinada.

Y ese será el efecto perverso del miente que algo queda en el modelo español. Una catástrofe.

 

¿Miente que algo queda?
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