viernes. 19.04.2024

Javier Salvador, teleprensa.com

Un país en el que los ricos se hacen cada vez mas ricos no funciona bien. De hecho, nuestra Constitución llama al reparto de la riqueza estableciendo una progresiva participación en el sostenimiento del modelo social que, sencillamente, no se cumple. Quizás quien hizo la ley dejó escrita en la parte de detrás del folio la trampa, y quizás por ello vemos que grandes compañías tributan al Estado muy por debajo de lo que paga cualquier autónomo o pequeña empresa, y aquí no vale eso de que cada uno de esos gigantes pagan por unidad lo que miles de contribuyentes conjuntamente, porque se trata de qué porcentaje pagamos cada uno de nosotros y no de cuanto.

Un país en el que fondos de inversión que tienen sus domicilios sociales en paraísos fiscales se hacen con miles de viviendas promovidas con dinero público, sencillamente no funciona bien. Es cierto que no podemos obviar que algunos de los inquilinos de esas viviendas son verdaderos vividores de lo público, pero algunos no es todos, y quizás una de las grandes carencias de nuestro modelo sea precisamente la falta de seguimiento que se hace del dinero público. Saber si realmente lo invertido, lo que sale del esfuerzo común de todos, cumple el fin para el que fue recaudado o simplemente hemos generado una administración pública poco o nada eficiente.

Si desgranamos cada uno de los grandes problemas que pueden afectarnos en estos momentos al final siempre llegamos a una misma conclusión. Hay problemas, no se ven soluciones en el corto plazo y, por encima de todo, no vemos a nadie en el horizonte que mayoritariamente pueda convencernos mínimamente de que hay un camino que seguir.

Y aquí es don de está el principio del problema. La corrupción en el modelo político, el discurso fácil y populista nos ha llevado a no creer. España, un país curtido en mil campos de batalla, con capacidad histórica hasta de sobreponerse a la pérdida del mayor de los imperios jamás conquistado por el hombre, no es capaz en estos momentos de generar una persona que aglutine un liderazgo claro, en el que depositar un mínimo de confianza.

Los líderes no nacen, sino que se hacen. Es cierto que deben reunir ciertas condiciones naturales, a ser posible, pero la base de generar esos liderazgos no viene de la persona en si, sino de aquellos que están dispuestos a hacer un punto y aparte en sus percepciones personales para darle un generoso voto de confianza a un aspirante a líder.

Cuando nos fijamos en los partidos políticos hemos llegado a tal punto de estupidez que somos capaces de seguir las siglas sin aprobar siquiera a quien esté al frente. Compramos discursos, postulados y tradiciones históricas, pero nos dejamos lo más importante por el camino, como es quién está al frente y quiénes le rodean.

Esa y no otra es la clave para elegir un gobierno, para votar a uno u otro candidato, imaginarle en el vértice de la pirámide, en el sillón presidencial y si por algún motivo, ya sea edad, carácter, falta de credibilidad o insuficiencia de motivación con sus ideas, sencillamente ese no es tu partido.

Estamos en un punto tan complicado en nuestra historia política que sencillamente hay que elegir, aunque nos toque señalar al menos malo de la terna, pero uno tiene que salir. Tenemos la obligación de creer en la posibilidad de que pueda salir bien, y eso implica dar un voto de confianza a quien elijamos, pero para que un país funcione necesita un líder. Y en España, por ahora, aún no hemos decidido en quién vamos a delegar ese papel, porque no necesitamos un presidente, sino un líder que nos guíe y sea capaz de unir y no separar pasado el 10 de noviembre.

Se busca líder
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