martes. 23.04.2024

Imaginen que un día, por error, usted que es notario, fontanero, funcionario o dios no lo quiera policía o cazador, y que guarda un arma en casa, está en su salón viendo la tele. Su hija no sabe que usted está en casa, porque se está preparando para salir de marcha. En ese preciso instante, un grupo de chicos que están en el parque, cansados de esperar a que su hija termine de prepararse, empiezan a gritarle “puta, sal de tu madriguera, que eres una puta ninfómana, te prometemos que esta noche vas a follar”. Bien ¿Usted qué haría?

Opción A): Muevo la cabeza de un lado hacia otro, negando en silencio, con una medio sonrisa triste dibujada en la cara, recordando tiempos de juventud, y pienso en voz baja eso de “cosas de chavales”. Jodida juventud.

Opción B): la dejo en blanco. Porque se me ocurren tantas que estoy seguro de que alguna de ellas destilaría odio.

Ahora pensemos en lo que hace unas semanas ocurrió en un colegio mayor de Madrid, y veamos el asunto con perspectiva, desde la distancia, abriendo la mente a criterios actuales, a lo que supuestamente hemos avanzado que, precisamente, no es otra cosa que aquello que nosotros hemos decidido con nuestro voto cada cuatro años.

El mensaje a las chicas desde un colegio mayor situado enfrente del suyo fue exactamente “putas, salid de vuestras madrigueras como conejas, sois unas putas ninfómanas, os prometo que vais a follar todas en la capea”. Y claro, te lo puedes tomar a coña o no, dependiendo de cómo lo mires. Pero si eres valiente, ahora vas y le das a tu hija 20 euros para que asista a la capea.

Yo lo miro de la siguiente forma. Ni tan siquiera como padre de una hija de más o menos esas edades, o como amigo de algún chaval que no hace mucho ha estado en ese mismo colegio mayor.

Mi perspectiva es la de recordar a qué tenía derecho mi madre, que ya murió hace muchos años, y aquello a lo que hoy tiene derecho mi hija. Mi madre hasta tenía carné de conducir, que nunca lo pidió y nunca fue a la autoescuela, pero en aquellos tiempos si el macho alfa de la casa tenía contactos, sencillamente podía gestionar todo lo relacionado con su “hembra” sin pedirle siquiera permiso. Menos mal que nunca cogió un coche, porque era casi ciega.

Mi madre no tuvo durante muchísimos años la oportunidad de abrirse una cuenta en un banco. Para muchísimas cosas necesitaba la autorización de su esposo, pese a que yo fui el séptimo hijo nacido con vida a sus 50 años, cuando la diabetes ya se la comía desde los pies a la coronilla. Pero claro, el papel de la mujer era tener hijos, ocuparse de la casa, y sólo unas, muy pocas valientes, conseguían salir de ese círculo.

Mi madre, que fue alumna del Celia Viñas, sí que a su modo logró su propio espacio de libertad a partir de los años 80, empoderarse a su manera y educarnos de tal forma que jamás se nos hubiese ocurrido formar parte de ninguna manada. Antes hubiésemos pillado una manada de palos.

Y dicho esto, viendo la distancia entre la realidad de no hace tanto y lo que tenemos ahora, que hasta vamos en coche por autovía, - y que alguno creerá aún que vienen puestas en el paisaje-, de verdad ¿Creen que es una chiquillada? Yo no. Lamento las consecuencias que debería tener y no tendrá, pero hasta que no hablamos abiertamente de la violencia de género no se hizo una ley al respecto. Hasta que no hablamos abiertamente de las violaciones en manada no nos dimos cuenta del problema que existía. Y hasta que no reconozcamos abiertamente lo intolerable, estaremos, sencillamente, coartando libertades, atacando la dignidad de otros y otras, como este caso. Y abrir la mente no es aceptar esas chiquilladas, sino ponerles fin.

Puta, sal de tu madriguera
Entrando en la página solicitada Saltar publicidad