jueves. 25.04.2024

Louis Dumur, un novelista francés, escribió en una ocasión que “los hombres no quieren la verdad, no quieren sino que se les disfrace la mentira”. Murió en 1933, cuando aún se negaba la posibilidad de una segunda guerra mundial, mientras todos la veían venir.

Nos enfrentamos a una Navidad extraña, a la que no queremos mirar de frente porque preferimos disfrazarnos la verdad a golpe de meternos bastoncitos en las narices. Pero si sólo fuera eso ni tan mal.

Hemos aceptado casi sin oponernos a ello, o mejor dicho a ellos, que la mentira, la bronca y la mala educación se metan en nuestras casas desde cualquier cadena de televisión, periódico, radio o red social que haga de altavoz de una clase política extrema que pretende ocultarnos una realidad tan dura como el hecho de que están dispuestos a todo con tal de llegar al poder. Y ese todo es, sencillamente, darnos en bandeja de plata aquello que queremos oír para luego hacer lo que les de la real gana.

Estas Navidades no son extrañas porque los papás saquen antes de tiempo a sus hijos de los colegios para no poner en riesgo el inminente encuentro con los abuelos, o que los sindicatos de empleados públicos pidan ya la vuelta al teletrabajo para regalar el oído a sus posibles simpatizantes, porque parece más una petición de alargar las vacaciones que de contener los efectos de la pandemia.

Y por cierto, la pandemia viene, será brutal, y podemos engañarnos con que esta variante es más leve, menos mortal y más llevadera, pero sabemos perfectamente que vamos a paralizar el país durante los próximos tres meses a costa de tomar unas copas esta Navidad. Es la verdad, y cuesta reconocerla, pero de vez en cuando es necesario que nos lo digamos a nosotros mismos, aunque sea en voz baja, para sentir un mínimo de vergüenza ajena.

No obstante, las cosas tienen arreglo y quizás el ejemplo de la Unión Europea al aprovechar la crisis de la Covid 19 para sacar la pasta de la caja y cambiar un modelo que nos llevaba de cabeza a un sistema perverso y con fecha de caducidad, porque las posibilidades de este planeta no son infinitas, nos venga bien como excusa para adoptar un cambio personal que necesitamos. Yo soy de los que creen que necesitamos, también, al igual que los modelos económicos, un reseteo profundo que nos haga revisar nuestra escala de valores, actualizar y poner en marcha nuevos modelos que nos hagan caber a todos en un espacio que estamos obligados a compartir. Y quizás, sólo quizás, una situación como ésta en unas fechas tan señaladas como las que se avecinan, sean la excusa perfecta para mirarnos al espejo y descubrir que estamos muy lejos de ser perfectos. Y mucho más aún de ser justos.

Pero por encima de todo, Feliz Navidad, por extrañas que vuelvan a ser un año más.

Feliz extraña Navidad
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