jueves. 25.04.2024

Cuando la calle ruge, ese momento en que el ciudadano sale de su zona de confort para decir basta, pese a ser beneficiario de ingentes paquetes de medidas sociales que hacen de su vida cotidiana un nirvana para ciudadanos de países menos privilegiados, toca dar un paso atrás, sentarse, reflexionar y articular medidas que frenen ese descontento. En España ya vivimos un movimiento 15M que ocupó plazas, congregó a cientos de miles de personas en manifestaciones que hasta esa fecha jamás se habían producido, y generó un cambio no sólo de gobierno, sino del mapa político.

Lo ocurrido el pasado fin de semana en Madrid no sacó a las calles a jóvenes indignados por sentirse maniatados ante las pocas perspectivas de futuro, obligados a migrar a otros países para desarrollarse profesionalmente o autocondenarse a sueldos míseros en una España en la que el ladrillo de los ricos había sepultado las expectativas de millones de jóvenes en una crisis sin igual.

Esta vez quien sale a la calle es la clase media, el verdadero cliente de un Estado, las personas que ya tienen un recorrido de vida, los casi neoconservadores que lo mismo votan izquierda o derecha, dependiendo de la simpatía que les provoque el candidato. Pero, sobre todo, son personas que están acostumbradas a un estatus de vida en el que tienen asegurados unos servicios públicos heredados de un Estado del Bienestar que es, sin duda alguna, el objeto de deseo de grandes corporaciones, fondos de inversión megamillonarios, que quieren hacerse con la prestación de esos servicios por medio de la privatización pagando por ello cualquier precio. La medicina, la salud, el paquete gordo de lo público, como la educación, son las guindas de un pastel que están haciendo salivar con demasiado descaro a esos capos de la economía para los que la clase media somos sus yonquis de los servicios públicos que ellos ansían.

Pero las cuentas ya no cuadran. Si pago unas cotizaciones a la Seguridad Social que deben cubrir mi atención médica, formación y prestaciones de jubilación, que el Estado o en este caso una comunidad autónoma me aboque a reforzar esas necesidades presentes y futuras con seguros médicos privados, universidades o colegios privados, o planes de jubilación en manos de fondos que hacen dinero con mi propio consumo de bienes y servicios básicos, sencillamente me están estafando.

La imagen del domingo no es únicamente esa caída por el fino filo de una navaja que distingue, que separa el amor y el odio. En el caso concreto de Ayuso, era perfectamente conocedora, y si no ella su spin doctor o asesor principal en comunicación política, que jugar al amor de la gente tiene el riesgo de hacerte caer más rápido de lo que puedas subir. Que de amar a odiar, hasta en las mejores familias, se pasa con la más mínima traición o sospecha de la misma, y que ese desengaño o desencanto, con que esté basado en la percepción de una sola de las partes, conlleva en la mayor parte de los casos rupturas duras, traumáticas, divorcios que terminan ante un tribunal que en esta ocasión se llama urnas, elecciones o poder soberano de elección de la ciudadanía.

Pero ojo, cuidado con el insensato que piense que esas mismas hordas no son igual de peligrosas para todos. Estas masas movidas casi por el egoísmo de quienes consideran que se les quita algo que es suyo, derechos a unos servicios que están en el mapa de lo cotidiano, pueden volverse inmediatamente contra quienes intenten hacerse con su liderazgo sin tener la capacidad de demostrar que antes de proponer ya lo ha hecho. La gente no quiere inventos, sino repetir logros.

Y ojo, que nos estamos quejando no de la ausencia de algo, sino del riesgo a perder lo que ya teníamos, eso que nos diferencia de otros países menos afortunados. Es decir, quizás ahora, entendamos que lo conseguido desde la llegada de la democracia es el verdadero tesoro de esta sociedad, y que los neoextremistas de la economía de mercado, los que bajan los impuestos a los ricos mientras quitan servicios a los demás, son el verdadero peligro, el enemigo a batir si quieres un médico en una consulta y no una pantalla de plasma. Porque eso no es tecnología, sino traición al Estado del Bienestar.

Cuando la calle ruge
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