viernes. 19.04.2024

Javier Salvador Grupo Teleprensa

A lo que ya costaron las obras, aunque Megino diría que nada, que todo lo contrario porque se le ha ganado dinero, ahora habrá que sumar cualquier día de estos lo que le va a costar a quien sea,- aunque ya habrá un convenio urbanístico que lo solucione-, volver a ponerlo en valor. Ya no se trata de que el centro de convenciones sea un macroedificio cerrado a cal y canto que se muere de inactividad, donde los matorrales se comen las zonas ajardinadas y un vigilante de seguridad, acompañado de una jauría de perros te dice que no se puede entrar “hay que ir a Urbanismo, en la Rambla, y pedir permiso al señor Megino” y son palabras textuales.

Pero no todo termina ahí. Como no puedes entrar te vas hacia la zona de la Plaza del Mar, esa obra faraónica del diseño de exteriores. Por el camino te puedes encontrar todas las pintadas que quieras, del color que más te apetezca y las carcasas de los sistemas eléctricos tiradas por ahí. Lo que ya no sé es si alguien se está haciendo un cortijo con las piezas que faltan o que simplemente se ha convertido en la despensa gratuita de algún que otro listo.

Pero sigues avanzando y llegas hasta la plaza propiamente dicha, donde hay unos locales cojonudos y cojonudamente desocupados. Lo único que ves en su interior son restos de materiales de construcción, matojos de estos que ruedan por mitad de las avenidas de los poblados del oeste en las pelis de vaqueros y poco más.

Seguimos en nuestro recorrido y alcanzamos al fin el gran lago, uno de los lugares que debía ser reclamo de la zona y que ahora es un charca en la que flotan algunas que otras porquerías. El paisaje es desolador y comparar su coste con la utilidad que ha tenido se convierte en absolutamente descorazonador. Es otra de esas cosas que pasan y que te llevan, otra vez, a una total pérdida de confianza en el sistema, en quienes lo representan. Es, en definitiva, una de esas lecciones que te recuerdan el escaso valor que le damos al voto en los comicios municipales, donde realmente no valoramos si quienes van en las listas de los supuestos ganadores, de nuestro candidato ideal, serán capaces de gestionar adecuadamente una ciudad o si ya han destacado profesionalmente en algo, y que ese algo pueda ser aplicable al bien público.

El Toyo se muere, pero el político de turno nos dirá que eso se arreglará en el momento en que todas las parcelas estén edificadas, y una vez terminadas nos contarán una historia distinta y así sucesivamente hasta llegar a la puñetera verdad, a la tangible, que no es otra que definirlo como la mayor inversión pública jamás hecha para un uso privado que no llega.

Para que nos hagamos una idea, la imagen de El Toyo es a día de hoy como debió ser la de Almería hace exactamente 484 años, desoladora, porque hoy queridos lectores es el aniversario de ese gran terremoto que destruyó la ciudad en el año 1522. Ese acontecimiento del que tanto hemos oído hablar, pero del que poco sabemos, sólo que destruyó buena parte de la ciudad, afectó especialmente al sistema defensivo y la Almedina y se cobró un enorme número de muertes. Después de aquel desastre natural Almería perdió su esplendor y fue olvidada.

La historia en cierta medida se repite. Terminados los Juegos Mediterráneos, la venta de los terrenos y recogida la pasta, parece que a todo el mundo le da igual lo que allí suceda. A nadie se le habrá ocurrido ceder aunque sea gratis el palacio de congresos o convenciones, o como se llame, para cualquier actividad que le dé usos temporales como ferias y otros. A nadie se le ocurre que hay jóvenes con ideas para poder crear empresas y que no tienen dinero para poder alquilar locales, mientras los de El Toyo se mueren de asco. A nadie se le ocurre nada porque el objetivo no es poner en valor lo que ya tenemos, no. El objetivo ahora es aprobar otro convenio, como el de la torre de treinta pisos, y dar tantos pelotazos como sea posible durante este año y la mitad del que viene, que es lo que queda de legislatura.

Vamos, que hay que prepararse para el saqueo. A ver si al final estamos ante otro terremoto con nombre propio.

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El Toyo se muere
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