martes. 23.04.2024

Javier Salvador, teleprensa.com

El campo de Almería, el sector agrícola que tira de la economía provincial, va camino de un suicidio colectivo al estilo de esas sectas que periódicamente aparecen en las televisiones del todo el mundo quitándose la vida, sin que nadie desde el exterior termine muy bien sabiendo el porqué, aunque todos lo aceptan con un “cosa de locos”. 

El sector agrícola ha medido muy mal sus oportunidades al convertirse en el foco de atención no por la calidad de sus productos, por los avances en los modelos de cultivo, sino por ser el único punto de España en el que claramente la ultraderecha se ha hecho con una cantera de voto de cara a las próximas elecciones.

Que en los principales focos de cultivo ganen las opciones que el 90% de la población española rechaza visceralmente, es como invitar a quienes se comen tus productos a que directamente busquen el origen del tomate o pepino que se llevan a la boca para que lo escupan con desprecio o sencillamente lo rechacen en el supermercado. Puede parecer una barbaridad, pero nadie va a apostar por meter un euro en el bolsillo a esos empresarios que dan aire a quienes representan todo aquello que ellos rechazan. Y eso sólo en España, porque el verdadero problema está fuera, más allá de los Pirineos. Más pronto que tarde los grandes operadores de compra rechazarán esos orígenes ultras, a no ser que cueste tan barato el género que casi sientan que les están robando, que les hacen mas daño aún adquiriendo por debajo de los precios de producción.

Unido a la crisis de clientela llegará la institucional. Si algún agricultor se cree que un Gobierno de España de izquierdas va a plantear rebajas fiscales, ayudas extraordinarias o cualquier tipo de subvención para aquellos que han hecho crecer el extremismo entre sus calles, para esos que han llevado a la extrema derecha a las instituciones, quiere decir que además de perder el norte y el sentido de oportunidad, también han extraviado el sentido común.

Lo genial de toda esta situación es que uno de los principales ejes en los que se basa el crecimiento de la extrema derecha es la llegada de la inmigración ilegal, pero no caen en la cuenta de que esas personas no vienen a trabajar en despachos de arquitectos ni a crear empresas. Esas personas llegan hasta el campo almeriense porque sencillamente saben que esos mismos empresarios o agricultores, están dispuestos a darles trabajo. Los prefieren con papeles, pero si no los tienen y las cosechas están por recoger, no hay problema, todos entran.

Los videos como el de ese capataz que casi termina agrediendo a un magrebí porque reclama su jornal estipulado en convenio, mientras el otro le dice que no, que eso sólo es para ponerlo en los papeles; esos que pagan lo pactado entre ambos, aunque sea menos de lo reconocido legalmente, van a ser los nuevos spots virales para enseñarles a todos en qué condiciones se cultiva en los territorios por los que comienza la reconquista de España desde la ultraderecha.

El campo almeriense no juega en estos momentos a pegarse un tiro en el pie, sino que directamente ha cogido la escopeta del revés y apunta en línea recta a la cabeza, sin ser aún consciente de que va a condenarse a cuatro años de absoluto silencio administrativo, de repudia de los mercados. ¿Realmente ven a un alcalde de Vox sentado con un ministro del PSOE? ¿Estamos locos?

El mejor regalo del campo almeriense a sus competidores directos es precisamente brindar con champán si no son capaces de madurar, de tener un mínimo de visión estratégica de cara a las elecciones del 26M, pero deben comprar un champán que no sea muy caro, mejor Cava aunque sea Catalán, porque les hará falta hasta el último céntimo para salir del purgatorio. Eso si no caen directamente en pleno infierno. 

Siempre se ha dicho, el que avisa no es traidor.

Suicidio colectivo del campo almeriense
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