miércoles. 24.04.2024

Recuerdos de la infancia

Juan Antonio Palacios Escobar

Entre mis recuerdos de la infancia, no hay nada más extraño y mágico que las mañanas de los domingos. Y tal vez ustedes se preguntaran el porqué, y hasta cierto punto lo veo lógico Muchos pensaran que no íbamos al colegio, antes los sábados por la mañana no podíamos faltar, o porque que se nos permitían algunas licencias dentro de la estricta disciplina de los años cincuenta del pasado siglo.

No era mi caso, afortunadamente pertenecía a una familia muy concienciada políticamente, lo que lejos de todo, me daba unas grandes dosis de responsabilidad y libertad. El domingo por la mañana, era un día especial porque me sentía útil e importante, acompañaba a mi padre a lugares como Castillejos, que en aquel entonces era un pequeño poblado para arreglar esos viejos aparatos de radio de baquelita.

Era diferente porque mi padre, una persona muy inteligente, me hablaba de tú a tú, sin proteccionismos ni afectaciones y yo me sentía importante y necesario. Era también singular porque mi madre me vestía con la mejor ropa que yo tenía, que no era demasiada.

Iba hecho un pincel, calcetines blancos y zapatos gorila, que cuando los comprábamos nos regalaban una pelota verde que era dura y botaba a las mil maravillas. Me peinaba mi rebelde cabello, y a mi todos esos preparativos, aunque no eran mi disloque, si me convertían en el protagonista de la mañana.

Una de las cosas que nunca dejaba de sorprenderme es que mi madre cuidara de mi padre, y la otra es cuando apretando una lámpara, un condensador o un botón, la radio comenzaba a funcionar como si de un milagro se tratara y aquellos musulmanes comenzaban a agasajarnos con té y pasteles como si fuéramos magos prodigiosos.

También recuerdo cuando tras comer la paella dominical quedaba con mi amigo Daniel, que era como un hermano para jugar a los botones, juego en el que he de reconocer tenía grandes habilidades, lo que hizo que me proclamara en numerosas ocasiones campeón las diferentes ligas locales.

Mis padres siempre tenían la obsesión de que supiera comportarme en la mesa y en la sociedad, que supiera estar y fuera respetuoso sobre todo con los mayores. Desde pequeño había aprendido que había que respetar al que pensara de manera distinta a nosotros.

Algunos domingos aparecía por mi casa, mi abuela paterna, Rosario, por la que yo sentía admiración. Me parecía alguien fuerte, sugestiva e increíble. Me contaba mil y una historias, mientras mi abuelo Antonio, su marido, tenía la santa paciencia de soportar todas mis travesuras sin alzar la voz ni regañarme.

Si en aquel entonces me hubieran preguntado que quería ser de mayor, seguro que hubiera contestado que futbolista. Me pasaba gran parte del día dándole patadas aquella pelota de goma blanca que botaba de manera irregular y para la que había que tener un gran dominio para darle cinco patadas seguidas.

Con aquellos años, que eran muy pocos, nadie me preguntó nunca que quería ser, y yo tampoco soltaba prenda porque no lo sabía y estaba hecho un lío, aunque a decir verdad he de reconocer que siempre tuve un espíritu de curioso empedernido.

A pesar de ser un crio, mi percepción de los problemas era profunda y compleja, y me sentía capaz de intuir lo que veía más allá de los ventanales o lo que los demás me contaban.

Recuerdos de la infancia
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