sábado. 20.04.2024

Javier Salvador, @jsalvadortp

Al paso que vamos necesitaremos dos semanas santas, una para interiorizar el hostión que nos ha dado la actualidad durante estos días y otra para recuperarnos mentalmente de sus nocivos efectos.

Si somos capaces de recapitular en tan sólo unos días, nos hemos encontrado con un Gobierno que nos pedía ahorrar, que nos incitaba a darle las gracias por tener casas en propiedad con las que nuestros mayores llegan a la jubilación y con un ya os subiremos las pensiones cuando se pueda, a un toma lo que quieras pero que esa panda de jubilados vascos deje de concentrarse cada lunes antes de que su movimiento se convierta en viral.

Lo mas cachondo de todo ello ha sido ver al ministro Yoda argumentando los esfuerzos que han hecho para llegar a esa subida que pasa de ridícula a histórica, que duplica lo que decían al PSOE que era imposible, -pedían el 1%- con tal de no tener que aceptar que ha sido Ciudadanos quien le ha dejado claro que el asunto de las pensiones eran las lentejas, o las tomas o las dejas, de los Presupuestos Generales del Estado. Bravo por los naranjas que han esperado al momento justo para disparar a la gaviota de los populares y hacerla caer de un certero y limpio disparo.

Pero a eso tenemos que sumar una presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid que casi a modo desafiante utiliza el plasma, igual que su jefe Mariano Rajoy, para decirle al mundo que ella es una buena estudiante y que su partido debe ser en estos momentos como una casa de citas de la política, en la que te puedes esperar de todo y hasta “fuego amigo”. Obviamente Cristina Cifuentes puede usar ese modelo de descarga ante el gran público, pero lo que resulta infantil es que no entienda que ese mismo público ya da por descontado que en el suyo y en cualquier partido el fuego mas peligroso es el que procede desde sus propias trincheras. Sencillamente porque esas son las matemáticas de la política.

Ahora bien, si cree que por ahí se va a escapar de dar explicaciones mas que convincentes de cómo se hizo con un master sin ir a clase y, presuntamente, sin presentar el proyecto final, puede que no tenga los pies en el suelo. Las cortinas de humo del tipo querellas contra los periodistas están muy bien, pero mejor sería que sacase el documento y que la universidad pueda certificar que las otras tres copias que deben obrar en su poder no se perdieron en ningún traslado de domicilio porque si no lo hace puede, sólo puede, que hasta sea ella misma la que cargue con la mayor parte de culpa de la caída global de su partido por haber perdido Madrid, una de las plazas mas seguras que hasta ahora tenían los populares.

Y como no hay dos sin tres, en esta verdadera semana de pasión nos encontramos con el regalo envenenado de la detención de Carles Puigdemont. Y sí, entiendo a todos esos que desde las redes sociales montan tal algarabía que parece que han participado ellos mismos en la captura, pero si nos ponemos a pensar fríamente en el panorama que tenemos en Cataluña, podemos hasta preocuparnos. Medio gobierno elegido por las urnas en la cárcel, otros tantos auto proclamando su exilio político y la comunidad internacional avisando de que se les está acabando la paciencia con eso de que en España no exista mas ciencia para solucionar problemas territoriales que la porra y los tribunales. Yo, perdonen que lo diga en voz alta, no veo en la detención de Carles Puigdemont un triunfo de la democracia y el estado de derecho, sino todo lo contrario. Y cuando haces lo contrario de lo que se proclama consigues eso, lo que siembras, y tendremos radicalismos y alboroto para rato porque como en el caso de los ancianos que han conseguido nada menos que una subida del 2% de sus pensiones, la gente ya ha entendido que es en la calle donde se ganan las batallas y la catalana, lejos de apaciguarse se va a calentar mucho mas. Y si asusta ver a cientos de miles de jubilados insultando a un presidente, preparémonos para lo que viene.

Lo dicho, dos semanas santas para poder tragar y hacer la digestión de la que tenemos encima, porque una vez que terminen los días de fiesta, que apenas son tres, nos vamos a dar de bruces con una realidad que les aseguro que no nos va a gusta nada de nada. Si ya lo decía Karr: “consideramos la incertidumbre como el peor de todos los males hasta que la realidad nos demuestra lo contrario”.

Necesitamos dos semanas santas
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