jueves. 28.03.2024

Más que un paseo

Juan Antonio Palacios Escobar

En cada momento de nuestras vidas podemos encontrarnos con una aventura o al menos una sorpresa. La otra tarde , tras salir de mi despacho , al terminar un día de trabajo agotador , en la que me había ocurrido casi de todo , decidí volver caminando a mi casa , en la otra punta de la ciudad ,y no coger el coche, para intentar relajarme.


Eran casi las nueve de la noche del mes de Junio, acababa de comenzar el verano, aun cuando en esta época, el sol estaba declinando y algunas tiendas no habían echado el cierre, era prácticamente de día y comenzaban a encenderse las primeras farolas del alumbrado público.


Al pasar frente al portal de uno de los comercios, un olor a hierba inundaba toda la calle. Era una casa antigua con letrero bien grande de todos los colores imaginables y un título que rezaba HERBOLARIO PARAISO. Sin pensármelo dos veces, traspasé aquella puerta que cuando se empujaba hacía sonar una campanilla que alertaba a la dependienta.
Entré, sin saber muy bien que es lo que quería, como si la sinfonía de olores me hubiera atrapado. La señora Amable, que así se llamaba de apellido aquella bella y madura mujer, me saludó esperando que le dijera que era lo que buscaba.


Junto a la puerta miré los estantes llenos de frascos con lo que parecían infusiones. Sentía con más fuerza un aroma conocido y observé que junto a la puerta había unos saquitos abiertos, llenos de todo tipo de hierbas, desde la manzanilla a la tila pasando por la albahaca o el tomillo. Aquella señora, me observaba con atención y me preguntó ¿Quiere llevar alguna?


Claro que quería, y pedí un poco de cada una, con el ruego de que las mezclara. Pagué los cinco euros y salí a la calle, entre la humedad del ambiente y la cara bañada por las lágrimas de la emoción. Me parecía estar viviendo una experiencia increíble, aquello era algo más que un paseo.


Me sentía relajado, solo tenía dentro de mí el olor a hierbas, mi ropa rezumaba hierbabuena y manzanilla, mi pelo era de boldo y tomillo, mi respiración inhalaba tila y albahaca, las sentía en mi piel, mi mente se llenó de recuerdos.
Perdí la noción del tiempo y caminé sin rumbo hasta encontrar, a pocos metros de mi casa, un banco bajo unos árboles en el que sentarme. Abrí el paquete y volqué en mano parte de aquellas aromáticas hierbas. No me importaba que algunos curiosos que por allí pasaban, me miraran como si de un bicho raro se tratara.


En un determinado momento miré el reloj, eran las once y veintitrés minutos de la noche. Habían pasado más de dos horas desde que había salido del trabajo y no tenía conciencia de lo que había ocurrido y donde había acaecido.


Llegué a casa y me preparé una infusión con todas las hierbas que me había suministrado la señora Amable, la bebí despacio, mientras me trasladaba a recuerdos de la infancia, de aquellas batallas entre la rabia y el horror cada vez que mi abuelo, con su bonhomía y paciencia, tenía el valor heroico de llevarme al barbero, de los tiempos en los que siendo un terrestre de apenas cuatro años, me pedían una y otra vez que cantará por Pepe Pinto.
Recuerdo una tarde con olor a manzanilla, en la que estaba rodeado de mis padres y vecinos, y yo no sabía porque se abrazaban entre ellos y empecé a llorar, tal vez para llamar la atención y entonces, uno de mis tíos, me cogió en brazos y me llevó hasta una habitación en la que había una mujer quieta, como dormida. Era la primera vez en la que vi una persona muerta, pero yo no lo supe hasta años después.

Más que un paseo
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