viernes. 19.04.2024

Javier A. Salvador, teleprensa.com

¿Debe cambiar la constitución española? Hablar de la constitución, la de cualquier país, es hacerlo de las garantías fundamentales, las inamovibles, los pilares bajo el que debe legislarse y articular leyes que permitan la adecuada convivencia de todos cuantos “vieren y entendiesen” ese texto que en el 78 aprobaron las Cortes y que poco después ratificó el pueblo. Es la norma básica que permitió al país ver la luz después de la dictadura, sacudirse buena parte de los miedos a un levantamiento militar apoyado por la ultraderecha, y por ello fue redactada con mimo, buscando el equilibrio entre todas las sensibilidades aún sabiendo que buena parte, y en especialmente los más afectos al anterior régimen nunca quedarían contentos.

Ahora bien, hablamos de una constitución que, para hacernos una idea ya nació con el águila preconstitucional en su portada, que se imprimía mientras Camilo Sesto triunfaba con aquel “Siempre me traiciona la razón/Y me domina el corazón” “Vivir así es morir de amor/Por amor tengo el alma herida” o “Estoy harto de rodar como una noria”. Vamos que con otros pelos y unos arreglos diferentes podría haber sido el himno del porqué se quería algo, lo que fuese y con urgencia. Y ojo, bendito algo y santa urgencia, que nos permitieron llegar a donde hoy estamos.

Ahora viene la pregunta que ronda en la cabeza de todos ¿Es suficiente? Pues igual si, pero lo que falla es el uso que se hace de ella, porque a mi, por ejemplo, me cuesta mucho entender que una constitución de un país permita meter a titiriteros en la cárcel, condenar a raperos por la letra de una canción y que al mismo tiempo sea el escudo protector de un partido político que se sienta en el banquillo de los acusados como entidad, al mismo tiempo que su presidente lo es también del Gobierno de España.

No fue la constitución quien distribuyó la riqueza española de una manera que hizo de unas comunidades lugares muy prósperos y de otras territorios dependientes de la solidaridad común, condenados a desarrollar su propio modelo de riqueza con más piedras en el camino que cheques en blanco. Imaginen Andalucía con la industria de Cataluña o País Vasco. Esa necesidad que tenía tanto el antiguo régimen como los gobiernos posteriores de diluir los nacionalismos a golpe de talonario, generando allí los focos de empleo para que los españoles que pasaban hambre migrasen a esos lugares en los que debían convertirse en la nueva mayoría de la población, fueron los ríos que hoy arrastran estos lodos.

Así que volvemos a lo mismo, si el problema es la constitución o el uso que se ha hecho de ella, porque el marco es una cosa, pero todo lo que se pinta en el lienzo, lo que compone el cuadro, es otra muy distinta.

Al fin y al cabo una Constitución es como el propio cerebro. Utilizamos sólo una pequeña parte de su verdadero potencial, e igual somos tan torpes que necesitamos de estímulos o caminos más claros para poder ver los horizontes que hoy no somos capaces de vislumbrar. Pero también entiendo, y me declaro reformista, que no podemos decir que no a los cambios, cuando hace dos días sí la enmendábamos para modificar las normas de gasto y los derechos de sucesión, sin consultar al mismo pueblo que la votó. Es decir, que o todos tenemos derecho a meterle mano o sencillamente ninguno. Dicho de otra forma, que si reconocieron esos dos puntos concretos como errores a reformar, también se pueden contemplar esos otros que soberanamente decida el pueblo que son mejorables o errores del pasado, del momento concreto de su redacción, y que hora toca solventar. Quizás el concepto de qué es y cómo se configura la verdadera España que todos seamos capaces de defender de un extremo a otro de su bandera, es precisamente uno de esos aspectos mejorables. Si hasta lo dice la Biblia “mejor es una corrección manifiesta, que el amor que no se muestra con obras”

¿Fácil de hacer? Tanto como una constitución después de 40 de años de dictadura.

La constitución del águila
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