miércoles. 24.04.2024

Javier Salvador, @jsalvadortp

Volar muy alto implica que muchas veces no se tiene una idea real de lo que sucede a pie de tierra y eso parece que le sucede a Iberia en Almería, pues si ya se trata de por sí de una compañía cuyos clientes tienen una clara percepción de lejanía, de poca fibra humana (aunque no mucha menos que cualquier otra compañía salvo raras excepciones), en el caso de Almería, completamente rehén de su estatus como compañía de bandera, la situación es peor. Pero antes de seguir atizando el avispero, y es fácil ganar adeptos si le zumbas a Iberia desde Almería, porque aquí tenemos playa pero poco más, debemos ser conscientes de que en primer lugar tenemos lo que nos merecemos por permitir que diputados senadores y otras señorías vuelen gratis, y encima de todo tengamos que estar agradecidos de que el Gobierno de España mantenga esa obligatoriedad de mantener determinadas rutas. Y aquí quiero hacer un inciso porque particularmente creo que mantener una conexión entre Almería y Madrid en la que si viajas de un día para otro el billete supera los 500 euros no lo llamo servicio, sino cabronada.


Somos rehenes de Iberia y lo sabemos, pero la situación vivida el pasado viernes 21 en el aeropuerto de Almería fue sencillamente indecente y el encubrimiento de Aena aún peor, porque puede fallar un avión, está claro, pero no pueden tener a más de 100 personas dos horas dentro de la aeronave y luego otras tantas en dos únicos mostradores para reclamaciones o reubicaciones. Falló el aparato, pero no sólo el que tenía que volar, sino el de atención, el de gestión de una crisis o una emergencia, porque unos pudieron perder los enlaces de su primer día de vacaciones, pero otros no llegaron a una boda, dejaron su despedida de soltero para el recuerdo eterno y no por la fiesta, o sencillamente perdieron enlaces de vuelos internacionales cuando al mismo tiempo que les mandaban en autobús hacia Granada un segundo aparato salía también desde el aeropuerto de Almería con destino a Madrid. Y no, no esperaron, no hicieron volar un aparato de reserva ni nada por el estilo, sencillamente cancelaron el vuelo, expectativas, planes y reuniones que no se compensan con los 250 euros que anunciaban que abonarían a cada pasajero.


Almería pinta poco o así ha sido en los últimos ocho años en el panorama general de España porque, sencillamente, quién se va a preocupar de un lugar al que no se puede llegar. A quién le va a importar lo que ocurre en ese sitio del que todos se acuerdan porque han estado alguna vez de vacaciones. Pues en Almería estamos hasta los huevos de ser la despensa solar del resto, de que nos miren sonrisas de anhelo de veranos felices e inviernos templados cuando no hay forma de que se atiendan unas mínimas reivindicaciones de infraestructuras o conexiones dignas.


El pasado 21 de septiembre más de cien personas mostraron su enojo, desesperación y frustración ante mostradores vacíos de atención al público en un edificio que pagamos entre todos los españoles y en vez de pedir tanta dimisión de ministros, igual tendríamos que empezar por cositas más pequeñas, como un director de aeropuerto capaz de hacer de su cortijo algo más atractivo como para que vengan nuevos operadores, que consiga que los usuarios hablen bien de su instalación o por lo menos de los servicios que se prestan.


¿Tiene culpa un director de aeropuerto de la avería de una avión? No, rotundamente no, pero sí es el responsable de la imagen del establecimiento y de la satisfacción de sus usuarios. Por cierto, usuarios que con no una buena cuota de impuestos pagan su sueldo.
Tenemos lo que nos merecemos porque es tan malo el servicio que recibimos que ni tan si quiera es ya noticia que un avión deje en tierra a más de cien pasajeros. Ya no ocupa portadas que el soterramiento del ferrocarril en Almería sea algo casi olvidado o que el AVE, tras cuatro años parados, los mismos que cerraron los túneles vengan ahora a convertirse en sus grandes reivindicadores. Es de locos.

Eso que Iberia no ve en Almería
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