jueves. 25.04.2024

El principio fundamental de la solución

Juan Galera, filósofo

El ser humano "despierto" no suele huir. La mayoría de los seres sí; lo que, por algo, debe respetarse en tanto lo que tratará el núcleo del presente apunte. El ser humano despierto existe; y la existencia no es, ni más ni menos, que el propio saber -mediante el lenguaje- que uno está vivo y va a morir; y se sabe aproximadamente a que edad de viejo, o que, en cada segundo del día, contamos con un cincuenta por ciento exacto de perecer. Parece que los demás animales no existen, no saben -por insuficiencia conceputual- que si, son pavos, el grano que les dan es para sacrificarlos en Navidad. Y si nos atrevemos a realizar una filosofía sobre la existencia, el pensador debe partir de una realidad media, estadística, para el tema más específico que en este escrito nos ocupa: que cualquiera de las miles de decisiones económicas, pedagógicas, políticas, personales, no pueden faltar al principio de referencia de la existencia; o sea que no podemos adivinar si es más primario el derecho a la educación o, bien al de la justicia, si no resolvemos éste o cualquier otro discurso, con la referencia existencial; y más que porque los interlocutores parezcan idiotizados, el motivo es de tipo epistemológico: porque si no se considera ese campo de juego; la solución, antes o después, no lo es tal. Es más, no cabe incluso el planteamiento de problema alguno con acierto, sin ese pricipio regulador de la vida que es la consciencia existencial. 

Pues, ¿saben ustedes que no conozco a nadie que, jamás, me haya planteado ningun principio de tragedia o de problema doméstico con la elegancia existencial? No sabemos quien fué el que se escapó de todo esto y definió la inteligencia como ser muy hábil en el campo de juego, pero sin perímetro. Parece ser que esa "autoridad" se reune cada jueves, con un grupo de amigos tipo Torrente, pero trajeados e impecables, y tratan de despistes toda la tarde; el presidente de esa asociación (camuflada de Compañía mercantil) propuso en su día otro principio fundamental: un becerro de oro que podía licuarse para acudir a los médicos de Mayo, a fin de burlar a la muerte. Otro inventó los conciertos y las OENEGÉS para sus hijos. Pero hay uno de ellos, al que apodan el pendraiv, que finalmente ha impuesto su criterio, y trae cada jueves todos los periódicos desde el lunes a ese día. No hablan; se informan velozmente; y en verano, ante las prisas obligacionales para con su santa, tienen siempre a mano el dispositivo de la presión arterial, otro de los consejos que fue aplaudido por uno de los vocales de la macabra asociación privada, a la que, me han dicho, la denominan "Cabeza de avestruz perseguida, S. A." Así, un atardecer de primavera, después de la siesta, y como su santa estaba de vacaciones, tuve el placer, o el desahogo de charlar con uno de estos ricachones de la política que pertenecía a la secreta secta "Cabeza de avestruz perseguida, S. A." Me aseguró que otro de los protocolos, aprobado por unanimidad, fue un concepto que, luego, en voz queda, rellenó con el de "espejo". Y me justificó, como si de un jurisconsulto se tratara, que ellos no eran tan estúpidos como parecían, pues en el mundo que les cirundaba, fuera en la TV, fuese en los periódicos, o en boca de los políticos, o de todos los vecinos, jóvenes o ancianos, jamás nadie trataba su vida, o los momentos y las soluciones de su vida, considerando que un día morirían. Así, me dió a entender, como si de un decidido antropólogo se tratara, que era intrínseco al ser humano vivir acostumbrándose tan intensamente a olvidar, que jamás podían establecer como premisa, la existencia. Yo le intenté rebatir con la señal de la salvación; o sea, la crisis; pero ¡me dijo! que eso era cosa de la propia economía. Cuando se despedía mientras marchaba, me afirmó con ojos de gato, algo que quise entender como "...no, pero no se preocupe; tengo las mejores pólizas médicas, internacionales;...jajajaja,....nuestra asociación siempre decide el comandante más preparado para el tipo de vuelos, jaja, no se preocupe Esteban, usted a lo suyo. Vacúnese..ja...". Me quedé con la misma cara de tonto que jamás he olvidado de este aparente señor, de cuyo cargo político-pedagógico no quiero acordarme. Cuando dobló la esquina, me pareció ver un rabo debajo de la chaqueta de recibir. Esa noche no cené; sentía nauseas y repugnancia. Me dí cuenta de golpe que... Sócrates tenía razón, que la ignorancia y el mal eran sinónimos. Fue entonces cuando comprendí que yo no odiaba a nadie, pero no podía, era superior a mí, y superaba cualquier porcentaje de control de mi voluntad, el tratar con un tonto. Era lo peor. Luego ví que ocupaban los puestos de poder más humanos, más trascendentales. Comprendí que la conspiración también era del mismo adjetivo. El normal era aquél, igual que todos los millones de compañeros de viaje para los que, como el gato enorme que dijo Borges, su vida en la Tierra era infinita (porque no sabía que aquí era finito). Decidí ya componer un ensayo, y, a fin de que se vendiera, la forma fue de novela corta, en la que, en uno de los hechos, yo escribo una carta a este pájaro. 

Y ahora transcribo aquí la epístola, como sacada de toda acción literaria; si bien podría ser una conferencia de tres o cuatro minutos: Si sostenemos que el hombre es el transformador constante de la realidad; o el hombre que se "cuida" siempre, de algo; o, el que labora; sin duda que el binomio indisoluble problema-solución es contínuo en casos de naturaleza muy diversa. En esa unidad, el planteamiento acertado de lo que nos inquieta, es ya la solución. Pero si algo falta en ese supuesto de hecho de necesidad resolutoria, como por ejemplo que el sujeto sea un discapacitado mental, o que esté ya muerto; o que se nos olvida una de las compras de la cuenta, la solución es imposible, porque el problema es nulo; nunca ha existido así. Tanto ha sido así, que en los últimos tiempos, cuando se dejaron de comprender las reglas del juego; etapa que yo denomino de crisis latente, o etapa crítica (la que transgrede a la norma, lo normal; en este caso por infinito defecto) que ningún problema era resuelto porque faltaba el elemento esencial, no de la solución, sino del propio problema. Claro; era sensato que la gran mayoría no extremista, no situara en su ecuación el As de Oro, o la Bola de cristal de la estafadora de turno. Pero era imposible, con el bienestar, plantear una ecuación problemática que tuviera solución; pues faltaba la componente "tiempo finito"; entonces la aproximación aritmética, según el comportamiento de un sujeto, su renta, y su edad, daba un resultado tan enfermizo, como que moriría con quinientos ochenta años. 

El principio fundamental de la solución
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