jueves. 25.04.2024

Javier Salvador, @jsalvadortp

Cuando un líder político es capaz de pasarse al bando “populista nacionalista” suele ser síntoma de que empieza a sentir miedo, pánico escénico ante un futuro nada halagüeño que suele materializarse en pérdida de crédito ante su electorado y fuga masiva entre los suyos. A los conservadores nacionalistas catalanes les ha pasado, a los alemanes también y a muchos otros, pero también es cierto que ese mismo populismo que tira de banderas y señala al diferente, al extranjero, es el que hace brotar como setas nuevas formaciones minoritarias que tradicionalmente no tienen mucho recorrido en el tiempo pero que temporalmente consiguen hacerse un hueco. Y ojo que, si en la derecha triunfa el honor patrio y poner fronteras visualizando buques de la armada en mitad del estrecho como a más de uno le gustaría, en la izquierda ese populismo se traslada al pan y tierra para todos y abajo el opresor capitalista.

En España ese pan y tierra para todos lo representó de alguna manera Podemos en las pasadas elecciones y ciertamente consiguió un resultado absolutamente extraordinario y fraccionó la izquierda, pero qué efecto va a tener el populismo en la derecha. La última fricada de Pablo Casado rememorando los tiempos imperiales empieza a situarle en la esfera de los partidos emergentes, y no con ello me refiero a los que crecen sino a los que acaban de nacer o comienzan ahora a tener algo de seguimiento en sus postulados. El problema que Casado no ha interiorizado es precisamente que su electorado se hizo grande no cuando el PP giró a la derecha, sino cuando se ha hecho ver como un partido que migra a un centro conciliador, si bien es cierto que una vez llegan al poder se les pasa ese subidón de casa común para volver a sus posiciones de inicio. Ocurrió con Aznar y con Rajoy, y puede que ese comodín esté agotado, pero lo que no le hará grande será luchar por el espacio de Vox mientras Ciudadanos le come el suyo propio tras agotar el caladero centrista.

Lo cierto es que esta situación de principio de pánico, en partidos que han tenido responsabilidad de gobierno, traslada el principio del miedo a la sociedad en general. Todo el mundo entiende que de joven se puede ser de izquierdas como si se tratase de una enfermedad que tiene cura, pero el problema es que abrazar los postulados ultraconservadores en la madurez lleva a escenarios muy preocupantes que pueden generalizar un enorme rechazo. Particularmente animaría a Casado a que siguiese por ese camino, porque más corto será su recorrido, pero el daño colectivo que puede causar está muy por encima de mis preferencias personales.

Ante esta situación, con una derecha desecha y un supuesto centro que canibaliza el estrato conservador, se hace más necesario que nunca que emerja una nueva opción política que aún siendo conservadora en sus postulados económicos, sea realmente centrista o demócrata en lo social. Que sea generosa a la hora de entender un Estado que está llamado a ser, tarde o temprano, una federación de naciones o autonomías que tienen que aprender a entenderse y defenderse como una alianza estratégica que les permita avanzar en el estado del bienestar. Y sí, estado del bienestar en el más amplio sentido de la palabra, porque cuan mayor y más rica es la clase media de un país, mejor y más seguro es su futuro y supervivencia. España necesita que perfiles como aquel conciliador Manuel Pimentel den un paso adelante y tomen las riendas de un tercio del electorado que espera subirse a un tren que no termina de pasar, porque si Sánchez aguanta dos años en Moncloa tiene capacidad más que sobrada para llamar a las puertas del centro y llevarlos a su lado ¿O alguien creía que Pedro Duque tenía carné del PSOE cuando subió al espacio?

 

El principio del miedo
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