sábado. 20.04.2024

Seis candidatos a falta de uno para un partido cuyo principal problema es que dejó de ser eso, un partido. Quizás sea esa la gran diferencia entre el PP de Aznar y el de Rajoy, que el primero se preocupó de mantener una estructura al margen de las instituciones que gobernaban y el segundo generó un batiburrillo que les va a costar la desaparición. Aunque por otro lado es precisamente aquella estructura de partido la que con sus corruptelas, con el dorado hallado mandando en las instituciones sin tener que asumir responsabilidades de gobierno, poniendo de moda las conexiones de Ave entre despachos de Sevilla y Madrid, lo que ha terminado por derrocar el modelo actual. Si a eso le unimos que la caída de Mariano Rajoy, su forma de hundirse ha dejado al aire no sólo las flaquezas propias sino las generadas en su propio entorno, la crisis de los populares pinta de mal a muy mal.

Con seis candidatos a la dirección del PP, el partido está a las puertas de volver a aquel escenario de la derecha divida entre liberales, demócratas populares y católicos conservadores que al final Fraga consiguió volver a reunir a costa de su propia retirada a tierras gallegas. Las posturas son tan enfrentadas, y tanto lo que tapar, que no hay manera de ver la reconciliación, y gane quien gane se va a encontrar no sólo con la tarea de reconstruir una formación política. Los perdedores buscarán su propio espacio y derribarán a sus nuevos enemigos sacando a la luz esa otra parte de la corrupción que aún no conocemos.

Y aunque no lo crean personajes como Esperanza Aguirre y muchos otros barones caídos, empiezan a hacer caja con sus apoyos, lo que deja el escenario tan abierto que presumir que todo será una pugna entre Cospedal y Santamaría es precipitarse demasiado. Los hay, por ejemplo, que luchan por derrocar a Javier Arenas y su estructura interna, a quien muchos culpan de los males que les han llevado de los banquillos de acusados a ser la cuarta fuerza política, según algunas encuestas dos semanas después de salir de Moncloa.

El PP no necesita un cambio generacional, de caras o logotipos. Lo que realmente debe tratar de encontrar son valores en los que afianzar los cimientos de un nuevo partido político que debería salir de ese congreso de Julio. Y sí, hablo de valores, porque la corrupción llega cuando se pierde precisamente ese norte, pero lo peor de todo es que muchos de aquellos que ocupan hoy día cargos políticos por esa formación ni tan siquiera conocen las raíces de su partido, y a lo más que llegan es a asumir que son de derechas y poco más.

El PP va a pasar las mismas etapas que el PSOE tras los casos de los hermanos Guerra o Roldán, pero con un problema mucho mayor, y es que los socialistas sí tienen una ideología clara, un partido centenario, mientras los conservadores no tienen ni tan siquiera treinta años de historia y los casos de corrupción que les atribuyen ya comenzaron cuando apenas habían cumplido los quince.

Soraya va a representar a la casta, a los arenas de la vida que tratan de salvase de la quema. Cospedal podría ser la mas cercana a la antigua Alianza Popular, mientras que Margallo es a día de hoy el único que podría llevarles hacia un modelo liberal que pudiese comerle terreno a Ciudadanos, que se va a poner las botas en este banco de pesca.

Creo que Casado, diputado por Ávila, es un vago intento de pacto, de esos que buscan cobijo en alguna de las corrientes para no quedar olvidados. De hecho, es llamativo que el número dos de la misma lista de Ávila, José Ramón García-Hernández, sea otro de los candidatos que en su caso sí que puede intentar recuperar el espíritu aznariano, que también partió de allí. El último de todos, al que menos van a escuchar pero que en cambio es el único que hasta ahora ha hablado de algo semejante a valores y militancia es el valenciano José Luis Bayo, pero claro se enfrenta al mismo problema de todos ¿por qué callaron lo que estaba sucediendo?

El PP explota en seis pedazos
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