jueves. 28.03.2024

Javier A. Salvador, @jsalvadortp

En estos dos días post electorales hemos escuchado de todo, desde que la debacle del PSOE se debe al absentismo electoral de los fieles a Pedro Sánchez en el propio partido, es decir que no fueron a votar a Susana Díaz, a que buena parte del voto a Vox parte de la gente cabreada que sencillamente quería dar una lección a la clase política en general, e incluso he charlado con elementos que me cuentan que pasaron de Podemos a Ciudadanos y de ahí a Vox en las tres últimas convocatorias. Pero la perla que más me preocupa por el efecto inmediato que está provocando de rechazo al modelo agrícola almeriense es esa que habla del voto a la ultraderecha por el miedo con el que se vive en esas poblaciones debido a la presión de la inmigración.

El problema surge el día después, porque una vez que se han desahogado los habitantes de estas zonas en las urnas con una opción tan pintoresca como Vox, se empieza a generar desde el bando contrario una oleada de odio desmedido hacia el campo, hacia la agricultura intensiva como principal causante de la irrupción de la ultraderecha en el panorama democrático. No se habla de Vox, sino de que las empresas más subvencionadas en los 36 años de PSOE son las agrícolas, y en ellas se pone la diana de este desasosiego generalizado que se ha producido. Así las cosas, las conversaciones entre los más jóvenes ahora van de que en el campo quieren esclavos y no trabajadores, de que no habría tal presión de la inmigración si no contratasen a sin papales y de que los efectos llamada coinciden con los principales periodos de campaña. Y como master en el modelo agrícola andaluz se ha hecho a golpe de Google y menos de 48 horas, vamos a escuchar barbaridades como que si los empresarios agrícolas pagasen según convenio a quienes trabajan en los invernaderos otro gallo cantaría o, una de las teorías que más me ha llamado la atención, que dice algo así como que si no se subvencionase al campo hasta el agua los inmigrantes se quedarían trabajando en sus países por ser allí el único lugar en el que se podría producir con los costes que pueden soportar estas plantaciones. Hoy, por ejemplo, me he enterado de lo que paga un autónomo del campo, algo que creía que nadie sabría en un corrillo de café. Y hasta me han mandado el enlace por whatsapp.

Lo que ha provocado el efecto Vox es que organizaciones como los sindicatos de obreros del campo reciban un chutazo de adrenalina para que redoblen sus esfuerzos mostrando imágenes de en qué condiciones trabajan ciertos inmigrantes, las condiciones de vida en un lugar tan civilizado como España y todo ese tipo de cosas que provocarán que si no queríamos caldo, ahora vamos a tener dos tazas.

En los próximos días van a convertir a los agricultores en los culpables, en las bestias negras, y ya corren por la red enlaces a vídeos de empresas en las que supuestamente se dan estas prácticas. Y ojo, que nos vamos a encontrar con mensajes que nos van a invitar a nosotros mismos y al resto de Europa a dejar de consumir algunas de esas marcas del campo por ser parte del origen del problema, y no me pregunten de qué problema porque es tal la efervescencia que no se sabe si se les acusa de estar sobresubvencionados, de provocar el efecto llamada para tener mano de obra barata o de haber generado la aparición de Vox en la escena política. Y lo más gracioso de todo es que hasta la portada de El País ya recoge los primeros “por qué” de la llegada de la ultraderecha. Vamos que ahora sí que vamos a hacer grande España, El Ejido y al campo. Tanto o más que en el año 2000.

El efecto Vox ya está aquí