sábado. 20.04.2024

Javier A. Salvador, @jsalvadortp

Siempre he tenido una enorme envidia a Cataluña, a esa que salía a la calle envuelta en su bandera para mostrar al mundo un sentimiento de identidad propia que evidentemente les diferenciaba de muchas otras regiones, lugares en los que nunca ha calado ese espíritu de patria ya sea regional o nacional y que para mi, en particular, implica un cierto desapego, la ausencia de una especie de faro común que en un momento dado es capaz de unir por encima de ideales políticos. Aquellas Diadas multitudinarias reclamando más autonomía, -o independencia que me da igual como lo queramos llamar-, observando a padres con niños sobre los hombros en un ambiente tan festivo como reivindicativo, al mismo tiempo que pacífico. Sólo otra comunidad, Euskadi, ha tenido esa significación por lo propio, pero la larga trayectoria de ETA generó más rechazo que admiración porque la violencia llevada al más radical de sus extremos nunca fue el mejor elemento de atracción. Dicho de otra manera, el desapego que generó el País Vasco entre el resto de españoles fue ganado con grandes dosis de plomo, pero a día de hoy, la paz ha convertido esa minúscula región, más pequeña en su conjunto que la provincia en la que yo vivo, en ese lugar al que todos quieren ir. Y sí, aun cuando hay cuentas pendientes, los fantasmas del pasado sólo resucitan cuando unos pocos los sacan a pasear sencillamente para obtener beneficio del odio.

De aquella Cataluña que yo envidié queda más del ochenta por ciento, pero es cierto que ese otro casi veinte por ciento está consiguiendo que me cuestione si no puede existir orgullo por tu identidad sin terminar forzosamente en radicalismo callejero, en violencia hacia todo lo que unos pocos consideren extranjero. Cuando hablo de porcentajes no lo hago refiriéndome a quienes estén a favor o en contra de la independencia, sino a la gente buena, a la que es capaz de convivir defendiendo ideales sin llamar a la revuelta callejera, al corte de carreteras o enfrentamientos tales que desaconsejen llevar niños sobre los hombros en una fiesta como las de aquellas diadas.

Soy el primero al que le parece una barbaridad que políticos sin delitos de sangre de por medio estén en prisión por haber jugado el órdago de la declaración de una efímera república. Les confieso, además, que ese día yo estuve allí, de paso, pero estuve. Y reconozco que daba cierta cosilla en el cuerpo, pero era consciente de que de ahí no se podía pasar.

Me pregunto si realmente ha valido la pena, si lo conseguido compensa las consecuencias, porque ese ejercicio, esa ecuación, es la que sólo aprendemos a realizar cuando alcanzamos cierta madurez, y quizás lo que está faltando en estos momentos es un par de toneladas de ella en todos los bandos. Quim Torra no va a bajar Montserrat ungido una sabiduría suprema que alumbre el camino de la independencia, como Franco no va a levantarse del Valle de los Caídos para ocupar la presidencia de honor de Vox, al igual que a Nicolás Maduro no le susurraba ningún pajarito que le traía mensajes de Hugo Chávez desde el mas allá.

Hoy mas que nunca creo que lamentablemente somos una nación en la que toda acción tiene una reacción. Lo sucedido en Cataluña tiene buena parte de la culpa de lo ocurrido en Andalucía con Vox. Si allí un andaluz puede ser considerado extranjero, no podemos reprochar que aquí se radicalice aún más esa percepción. Si allí un grupo parlamentario de cuatro diputados marcan el volumen del discurso callejero, aquí no podemos parar que otro también minoritario se venga arriba y quiera imponer su sello, porque ni aquí ni allí reinará la cordura hasta que el ochenta por ciento decida que ya está bien de tener en cuenta a extremas izquierdas, derechas o nacionalistas, que es hora de hacer cuentas y tener claro si la ecuación resultante entre lo conseguido y sus consecuencias vale la pena. En Andalucía es ahora cando nos vamos a enterar, pero siempre creí que Cataluña nos llevaba una importante ventaja en esto de la madurez social, y mira por donde parece que a ambos nos va a dar de hostias de derecha a izquierda al mismo tiempo.

Y duelen lo mismo vengan del lado que vengan.

 

Aquella Cataluña que envidié
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