viernes. 19.04.2024

Javier Salvador, teleprensa.com
 

Francisco Franco como golpista, dictador o como quieran recordarle afines o detractores, ha perdido la batalla final por la ley natural de que el tiempo pone a cada cual en su justo lugar y a él, en este caso, en un cementerio normal y corriente. Es emocionante pensar que en España ya no hay un mausoleo para quien condenó a España a más de cuarenta años de retraso social frente a nuestros vecinos del resto de Europa.

Verán, cuando murió el dictador apenas contaba con cinco años de edad y obviamente no tengo recuerdos de aquello salvo algunas imágenes de la fecha. Un día sin colegio, todos pegados frente a la televisión, vagos pasajes de unos que lo celebraban y otros que lo lloraban. Lo que si viví muy de cerca fue ese proceso inmediatamente posterior, una transición social y política que intentó normalizar sobre las páginas de la Constitución esa salida del túnel de la dictadura. Pero, siempre hay un pero, si algo sí recuerdo de la época es el miedo, la incredulidad sobre si aquello que yo no entendía en aquella época realmente había terminado. Ese temor se convirtió en terror, en pánico, en el intento de golpe de Estado del coronel Tejero. Me sorprende por tanto muchísimo ver a ese golpista a las puertas del Valle de los Caídos intentando montar un circo mientas sacaban el dichoso ataúd. También es cierto que esa imagen en concreto, la del golpista, es la que me ha hecho sentir una deuda real con aquellos que hoy han hecho posible pasar esta página de la historia.

Era importante. Era necesario y por encima de todo era justo que la historia tuviese el final que merecía, es decir, el despojo de cualquier atisbo de glorificación de la figura del dictador.

Quizás ahora, con más razón que nunca cumpla hasta una deuda pendiente conmigo mismo, que no es mas que llamar a mi hermana mayor y pedirle que me cuente la verdad de cómo vivieron la guerra nuestros abuelos. Salvo algún pasaje pillado por sorpresa sólo conozco que uno de ellos vivió varios episodios de cárcel y escapó por los pelos de uno de los barcos prisión que debieron estar anclados en el puerto de Almería durante algún tiempo. El resto fue siempre tabú. Y nuestros abuelos, los de la inmensa mayoría, sufrieron tanto las consecuencias que sólo en su muy avanzada ancianidad han tenido fuerzas suficientes para contar esos episodios de hambre, prisiones y éxodos sin retorno en millones de casos.

Hoy, con la exhumación del dictador, España ha roto uno de sus tabúes más importantes, y lo mejor de todo es que el último episodio de la historia no serán las imágenes de su multitudinario entierro en el Valle de los Caídos, sino la de su caída definitiva permitiendo, además, que esa parte de la memoria colectiva se recupere para que las actuales generaciones sepan realmente quién fue, qué hizo y las consecuencias que tuvo su oscura huella en este país.

Franco ha perdido
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