jueves. 28.03.2024

Ego desmedido

Juan Antonio Palacios Escobar
Juan Antonio Palacios Escobar

Muchas de las personas que ostentan el poder en cualquiera de sus facetas padecen el síndrome de Hubris, y la caricatura de estos personajes es que son prepotentes, tienen ideas fijas preconcebidas y rechazan posturas que no sean afines a sus ideas, mostrando una conducta narcisista y obcecada, resultándoles muy difícil cambiar de conducta  encerrada en un ego sin límites.

 Si observamos con atención, es frecuente que se dé en el mundo de la política, pero también entre empresarios, directivos, militares o altos ejecutivos.  No deja de ser un trastorno de la personalidad, que suele ser temporal y transitorio y que nos abandona cuando dejamos el poder.

Aunque no lo creamos, el poder  no siempre está en manos de los que son más capaces, lo que no quita que quienes lo ostentan lleguen a creérselo, incluso en un afán narcisista y de prepotencia, llegan a confundirse de tal manera con él, que se creen investidos de toda la autoridad,  pero terminan sometidos y dependiendo de su propia inmadurez psicológica.

 Algunos de estos sujetos en el colmo de su confusión entre su ego desmedido y  la realidad, no pierden la ocasión de meter la pata y hacer gala de su pobre formación cultural, aunque no permitan que nadie les discuta o les lleve la contra con una opinión diferente o una postura distinta.

Dan el pego, porque parecen seguros, donde solo hay dudas e incertidumbres,  que esconden una personalidad subjetiva y egoísta y una debilidad emocional que está ávida de afectividad y cariño. Esta necesidad suele encerrar un ser emocionalmente frágil, y que suele atormentarse sin superar difíciles circunstancias.

Cuando nos topamos con una personalidad de este calibre, que  tanto daño pueden hacer gestionando el bienestar de todos y que tantos disparates pueden cometer a la hora de la toma decisiones., pensamos que nos encontramos en un callejón sin salida, y casi siempre se curan con unas grandes dosis de humildad,  un baño de realidad, y deshaciéndose  del traje de la vanidad de vanidades.

Su ignorancia les lleva a no tener respeto por los demás, y con el gorro de su orgullo desmesurado, aparentan un exceso de confianza en ellos mismos, que les lleva por la senda de la impulsividad y la imprudencia. De ahí que sean unos desconsiderados y no presten atención a los detalles ni a las pequeñas cosas.

En contraposición son muy impacientes y no aguardan el tiempo oportuno para que el otro se exprese con libertad, ese gesto de escucha, ni lo conocen ni lo practican, y bajo el camuflaje de una superioridad mal entendida se oculta un enorme sentimiento de inferioridad.

Les llama la atención el tener y olvidan el ser, y se obsesionan en una preocupación exagerada por su imagen, tienen que ser los más listos, guapos y elegantes. Todo lo caro y lujoso les llama la atención y les hace perder la sesera, haciéndole cometer todo tipo de excentricidades, con tal de ser el centro de atención de todos.

No solo se creen únicos sino insustituibles, de tal manera que desprecian cualquier opinión, propuesta o proyecto que les planteen los demás. Para conseguir sus propósitos, no les importa recurrir a los métodos más indignos y mezquinos con tal de salirse con la suya.

Con tal de mantener el poder, actúan sin escrúpulos para vencer al rival y en el afán de lograr sus objetivos  se alejen de la realidad, y se convierten en fantasmas, engreídos y fanfarrones.

 

Ego desmedido
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