miércoles. 24.04.2024

Javier Salvador, @jsalvadortp

La efeméride del  8 de Marzo, esa sobre la que los hombres parece que queremos pasar de puntillas porque a día de hoy no he oído decididos pronunciamientos colectivos, sinceros y que acarreen cambios importantes en este modelo de sociedad, tiene que dar resultado. Y somos precisamente nosotros, los hombres, quienes debemos obligarnos a que así sea por una razón muy sencilla: no podemos permitirnos que la mitad de nuestro mundo no se sienta cómoda donde está, con el trato que se le da, las condiciones que les hemos impuesto para convivir y la ausencia de retribución emocional. Y sí, digo impuesto, porque la brecha, la desigualdad y hasta la injusticia entre géneros la hemos colocado nosotros, los hombres, bien con acciones concretas y de manera consciente, en el menor de los casos espero, o con nuestra aquiescencia y esa particular facilidad que tiene nuestro género para mirar hacia otro lado y hacernos los sordos, ciegos y mudos cuando no nos interesa algo.

No vale de nada quedar como el mas guay de la oficina hoy, trabajando por dos y cubriendo a tu compañera laboral porque hasta te hace ilusión que luchen por algo que reconoces pero que no has sido capaz de ver, si luego vas a llegar a casa y te conviertes en el hombre invisible cuando suena ese pitido de la lavadora que dice que ha terminado su ciclo, pero no el trabajo que conlleva, como colgar para secar, y ya ni hablar de plancha porque eso ya no sería de nota sino de una mínima aproximación a la partición de tareas del hogar. Y sí, meto el hogar por medio porque es donde pasamos las otras tres cuartas partes del día, aunque ocho de ellas sean durmiendo en una cama que no se hace sola y cuyas sábanas no son aún autolavables.

Si realmente queremos dejar de pasar vergüenza ajena cuando vemos informaciones, escuchamos relatos o nos topamos de frente con un cabreo mundial como el que se visualiza un 8 de marzo que pasa de ser el día de la mujer trabajadora a una jornada internacional de huelga, nos toca dejar hábitos mucho más complejos de arreglar que la adicción al tabaco. Hace unos día escuchaba a un amigo que me decía que él “le había puesto una mujer a su esposa para que le ayudase en la casa” y esa frase es la que me hizo recapacitar sobre lo mendrugos que somos, porque tanto su mujer como mi amigo trabajan, la casa es de ambos y si medio tiene mis desastrosos hábitos estoy convencido de que ensucia él más que ella.

Quiero seguir esta columna por el terreno del hogar porque es ahí donde únicamente tenemos la oportunidad de cambiar los hábitos de tal manera que poco a poco y casi sin enterarnos, los pasemos al entorno de trabajo, y si sumamos casa y curro casi tenemos el 80% de los componentes de nuestro modo de vida y con ello de la sociedad que construimos. Pero si empezamos por el hogar, si en la casa de uno mismo practicamos una total igualdad de género lo primero que conseguiremos es ser mejores personas, alcanzar mayores cotas de felicidad en el hogar y con ello en nuestras vidas. Un hombre o una mujer  que es feliz en su casa rinde el triple en el entorno laboral, y las personas que más rinden son aquellas que más progresan profesionalmente. Una familia feliz, igualitaria por naturaleza y costumbres, educa a hijos que no conocen la desigualdad de géneros en su entorno y que serán capaces de rechazarla allí donde la vea, porque como decía Baltasar Gracián la semejanza concilia la benevolencia.

Esta podría ser una columna perfecta para atraer público femenino si la terminase aquí, con unas pinceladas de autocrítica y la asunción de que como hombre soy consciente de que lo estamos haciendo de mal a muy mal, pero sería comportarme como el tipo perfecto de cara a la galería que hoy cubre a su compañera en la oficina pero se convierte en el hombre invisible cuando pita la lavadora de casa diciéndote que no se cuelga sola. Las mujeres tienen que tener claro que este cambio real que puede empezar a producirse hoy en nuestro país es cosa de dos, y que dos trenes que circulan a distinta velocidad sólo conseguirán avanzar enganchados si uno reduce velocidad y el otro acelera hasta encontrar un punto de enganche. Una vez unidos sólo andarán con seguridad y mayor potencia conjunta si en vez de trabajar dos máquinas de manera distinta lo hacen como una sola, muy pendientes de no perder el ritmo de la otra y eso implica, muchísimas veces, que una de las dos desaproveche parte de su potencial en enseñar a la otra a caminar a un ritmo común. Ese es el trabajo que lamentablemente le va a tocar a la mujer, rescatar a esos hombres que nos quedamos a otra velocidad, a quienes quitamos importancia a esas cosas que les hacen sentir que les falta la parte más importante del sueldo que entra en casa o en el trabajo, y hablo y siempre lo haré de la importantísima retribución emocional.

Y mañana quién será feminista
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