viernes. 19.04.2024

Javier Salvador, @jsalvadortp

“Yo bajaba de Mojácar a la zona de la playa y escuché los aviones. Era algo normal porque siempre, a la misma hora, los veías que se acoplaban allí arriba, siempre en el mismo lugar, pero ese día de repente el cielo se llenó de fuego. Fue algo que no sabría explicar, pero tampoco tenía claro que era un accidente de avión, sólo que se veía fuego en el cielo. Luego si los vimos caer, pero de las bombas no nos enteramos hasta mucho después porque realmente nadie sabía que llevaban eso, bombas nucleares” Hace exactamente siete años y por estas mismas fechas, Fracisco García Flores, uno de los hombres clave en la historia de Mojácar y del porqué hoy es aquello de lo puede presumir que es, me contaba la historia del día de las bombas. Comíamos en un restaurante de Almería con su hijo, mi “amigohermano” Diego, y los dos mirábamos a Francisco no sólo por escuchar la historia, sino por descifrar la expresión de una cara que rememoraba un momento que quedó grabado en su mente. Y aún no tengo claro si cuando hablaba con la mirada fija en ninguna parte, recordaba escenas de terror o una especie de constatación de que no era extraño que en aquella España de esos años, una cosa así pudiese llegar a pasar y, sobre todo, que se solucionase como se hizo finalmente. Así, junto a aquella descripción que nos hizo, de lo que vivió en primera persona, anoté en la moleskine “recuerda su cara”. Los días posteriores, según nos siguió contando, fueron para muchos casi como la llegada de un gran circo, puesto que en un continente de 1.600 hombres acampados en la zona, con la costa repleta de grandes navíos y pequeñas barcazas que desembarcaban hombres y maquinaria, se vivió entre la extrañeza y el asombro.
Fracisco García Flores, que falleció este pasado verano, debía tener la misma edad en esos momentos que el oficial de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos de América Victor B. Skaar, uno de los muchos militares que tomaron la zona, pero que ahora, obviamente retirado desde hace años, ha emprendido la lucha por conseguir que su gobierno reconozca los efectos de aquella operación en su salud. Le piden al Tribunal de Apelaciones para Asuntos de Veteranos de Washington, mediante una demanda colectiva, que les indemnice económicamente y esa reclamación abre, al mismo tiempo, otros interrogantes sobre la gestión que se ha hecho de esta historia hasta ahora ¿La definición puede ser de cornudos y apaleados? 
Lo que si debe quedar claro es que Palomares se merece que, de una vez por todas, se pueda pasar página. Aún 50 años después hay una zona prohibida, un lugar acotado porque existe tierra contaminada, lo que choca frontalmente con el mensaje de tranquilos que aquí no pasa nada, que es el que se vende oficialmente desde el mismo día que salió el último soldado americano de la costa del levante almeriense.
Sería muy grave, gravísimo, que Estados Unidos llegase a reconocer el efecto de la operación de limpieza entre las tropas que aquí sirvieron y que, mientras tanto, aquí siguiésemos protegiendo con una valla de alambre la zona contaminada. 
Quizás ahora le encuentro algo mas de sentido a esa expresión entre triste y risueña de Francisco García, quizás fuese la cicatriz del sabio que se obligó a no olvidar un terrible episodio de su vida que sabía perfectamente que sólo podía pasar de aquella manera aquí, en España.

Veteranos de Palomares
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