jueves. 28.03.2024

Sorpresas poco sorprendentes

Ana Mancheño, teleprensa.com Sevilla

Con el paso de los años vamos perdiendo la capacidad de sorpresa, esa que llena los corazones esperanzados y la ilusión de los niños. Pero que no, por ello, deja de sorprendernos ciertas afirmaciones de instituciones y poderes públicos.

 Si un gobierno dice que la crisis es pasado cuando aún hay cerca de cinco millones de parados y miles de jóvenes, y no tanto, que se tienen que marchar fuera de su país ¿Es para sorprenderse o no? Del mismo modo es para sorprenderse  que se debata sobre un portal de transparencia cuya función es ser nítido, bueno más bien debería y, en cambio, el debate es que el presidente del Gobierno gane menos que un secretario o un ministro, aunque lo verdaderamente sorprendente sea que sigan ganando tanta pasta, mientras se recorta en gastos sociales…

Para seguir fascinándonos, no vamos a dejar de lado que el marido de una infanta maneje dinero a mansalva y quien comparte su vida con él no sepa absolutamente nada,  resulta cuanto menos sorprendente.

 Y si ya hablamos del pequeño Nicolás, la capacidad de sorpresa se convierte en asombro. Asombroso  que un simple joven haya intentado tomarle el pelo a muchos grandes, y peor todavía, que éstos contesten a través de comunicados para negar todo lo que un adolescente dice. Más sorpresa  aún, que haya medios  que le den cobertura. Pero obviamente, esto no es nada nuevo que descubra ahora. Todo se mercantiliza y  una historia o, trola o lo que sea como la de éste, pues vende. Y  a pesar de ser un trolero,  tiene audiencia que  es  todavía más desconcertante.

Sorpresas que de sorprendente no tienen mucho. Porque cuando la primera se convierte en estupor ya dejan de sorprender y pasan de puntillas o, si las oímos, ni nos enteramos de inmunizados que estamos ante tanto sorprendido, que pensó que los demás no  iban a escuchar nunca... sus tejemanejes, sus trolas o los sueldazos que se autoimponen. Mientras el ciudadano cansado ya de tanto comunicado, declaraciones, desmentidos, meteduras de patas y no sé cuántas cosas más, asiste atónito al espectáculo del paisaje dibujado por unos y otros. Y tristemente esa capacidad de admirarnos por todo de cuando éramos niños, se va agotando.

 Como la capacidad de asombro del niño que le enseñó a San Agustín que no está en el hombre saberlo todo, pero sí, en la medida de sus posibilidades buscar la verdad y sorprenderse gratamente cuando tiene la certeza de que la ha encontrado. Pero mucho me temo que, en la época que vivimos, lo de saber la verdad o decir la verdad es un propósito utópico y difícil de  conseguir y, por otro lado, no creo que esa verdad encontrada nos agrade para sorprendernos gratamente.

Sorpresas poco sorprendentes
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