martes. 23.04.2024

Javier Salvador, @tpjsalvador

Una de las cosas que mas he envidiado a catalanes, vascos, americanos e ingleses durante años es ese amor verdadero por su bandera, la total identificación con unos colores que les hacen sentir un especial orgullo de nación. Hablamos de un sentimiento grande, enorme, porque se produce antes y después del independentismo, entre quienes están a favor y en contra de esa tesitura político social que ha hecho estallar, ahora, los resortes de un estado en el que algunos pensaban que las crisis se arreglan dejándolas dormir. 

Pero ese amor o identificación con una bandera es muy distinto a lo que hemos vivido estos días y que posiblemente sigamos viviendo durante unos mas, y con la bandera española en particular. Nosotros no somos de plantar la bandera de nuestro país en un jardín particular. Casi que ni se nos ocurre meterla junto a nuestra marca comercial y mucho menos ponerla, como un elemento principal, tras el líder de una formación política salvo que busques un impacto mediático ocasional, efímero. En definitiva y para resumir, un movimiento poco sincero.

Siempre he pensado que esto de las banderas tiene truco, y que aquellas de tres colores generan un mayor juego cuando intentas extrapolarlas a cualquier elemento, como fabricar mensajes que lleven hacia un sentimiento patrio por replicar esos colores y cosas así, pero mira por donde la catalana no cumple con esa máxima a diferencia de la inglesa, americana o vasca entre muchas otras. El caso es que ellos fueron de los primeros que me hicieron caer del burro de que las banderas si eran bonitas enganchaban mas y la catalana, por colores, es igual de fea y sosa que la española, pero es su bandera y con ello les basta.

Ahora que estamos en esta guerra de banderas, luciendo de todo y en cualquier contexto para ver quién la tiene mas grande, me espanta ver que políticos profesionales, de esos que no han hecho otra cosa que dedicarse a encadenar un cargo con otro durante los últimos 25 años, te van  y terminan una charla o una conferencia con un ¡Viva España y viva el Rey!, cuando jamás en su larga trayecto tuvieron los santos cojones de ni tan siquiera insinuarlo. Y me espanta cuando se utiliza la bandera o un viva hacia ella no con el arrojo de quien siente un orgullo patrio maduro, demostrado a lo largo de los años, sino condicionado por el momento, usando la patria de modo arrojadizo, como un ahí lo llevas para ver si te jodes un poco.

Esa no es la demostración patria que necesito, como tampoco me identifico mucho con ese ex legionario que lleva el chapiri puesto con la bandera española a lo supermán y el toro por escudo, pero chipiriflautas siempre ha habido en toda exaltación del orgullo patrio español, al igual que el genuino perroflauta independentista de señera tapándose la cara mientras lanza cualquier cosa contundente contra lo primero que represente el orden constitucional.

El caso es que si tiramos de sensatez podríamos hacer la prueba de mirar balcones y descubrir incómodas verdades. Es decir, en España hay más de 200.000 cargos públicos entre concejales, diputados provinciales, parlamentarios, diputados nacionales, senadores, asesores o cargos de libre designación en ese mar inmenso de fundaciones y empresas públicas que algunos llaman cementerios de elefantes. Ahora busquen igual número de banderas colgadas bajo las ventanas. Miren las de aquellas casas que saben sus vecinos que están habitadas por ilustres políticos que se tiran el día dándose golpes en el patrio pecho y luego, si quieren, lo tuitean. O mejor aún, hagan las fotos de las casas de los políticos, pongan el cargo y partido, y cuelguen el tuit con el hastag #espanoldeboquilla, porque podríamos estar descojonándonos del asunto durante unos cuantos días. Tranquilos que, además, ninguno dimitirá por ello.

Yo no colgaré ninguna bandera porque no voy a entrar en este juego partidista que se han marcado los de siempre. Pero, además, mi bandera es verde y blanca, la de Andalucía. Mi bandera española ideal casi que sería tricolor, pero eso no quiere decir que no respete profundamente el orden que nos hizo salvar con nota la transición desde una dictadura no tan lejana en el tiempo, ni tan cerrada en sus heridas, y con ella viene esa bandera roja y gualda que respeto, pero de tener que elegir una única,  sería de dos colores, por la que de verdad siento algo profundamente emocional, y esa es azul con estrellas amarillas, porque representa verdaderamente el proyecto de Estado en el que quiero estar.


Sentir la bandera
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