sábado. 20.04.2024

Lucas Lector

Juan Antonio Palacios Escobar

Lucas leía todo lo que caía en sus manos. No había libro, documento o papel que no fuera visado, revisado, leído y releído por nuestro protagonista. Su rica y extensa cultura, aprendida entre la calle y las bibliotecas le permitía hablar de cualquier tema de forma clara, concisa y entendible.

Poseía un rico y extenso vocabulario, lo que permitía no solo captar las ideas esenciales y la información importante, sino saber expresarlas oralmente y por escrito, de tal manera que desde siempre, leer había sido una de sus principales fuentes  de inspiración, para el oficio de escribir, al que también dedicaba su tiempo.

No había significado que se ocultara  a sus ojos y a sus entendederas, y la literatura  se había convertido en el sentido de su vida, y lee y releía minuciosamente textos pero sin olvidar lo que ocurría a su alrededor, y a esta la ponía toda la imaginación del mundo y construía nuevas historias en las que descubría palabras y personajes diferentes.

Lector era más un león que un lector, ya que devoraba todo papel que le daban, desde un libro a un folleto de electrodomésticos pasando por las indicaciones de un fármaco. Igual le hincaba el diente a un manual de psicopatología que a un anuncio de detergentes.

Había descubierto en sus aventuras lectoras, que habían libros que nos hablaban y otros que a pesar de su volumen carecen de voz, los que con un lenguaje aparentemente rico no nos comunican nada de nada, y otros con los que iniciamos un camino de cientos de hojas emborronadas de letras y grafismos que nos atrapa en un maravilloso mundo de principio a fin.

A Lucas, como lector empedernido le gustaba saborear y digerir los libros, tras haberlos masticados con calma y paciencia. Siempre le acompañaba alguno, y en cada tiempo y espacio procuraba tener con él, el apropiado para cultivar la imaginación y la memoria.

No olvidaba nuestros hombre las palabras de Santa Teresa de Jesús:” Lee y conducirás, no leas y serás conducido”  y sabía cómo  dice Alfredo Conde que “ser escritor es robarle vida a la muerte”. Aunque en esta sociedad dominada por las nuevas tecnologías no hay demasiados estímulos que nos inviten ni a lo uno ni  a lo otro.

Veía que cuanto más leía, más libre se sentía, que hay quienes no entienden ni las normas más sencillas de supervivencia, y otros que se quedan perplejos ante las complejas explicaciones de la metafísica o la filosofía profunda sobre nuestro trascendental papel como seres humanos.

Valoramos cuando el lenguaje es utilizado correctamente, y no perdemos ocasión de ensayar con las palabras entre el despropósito y el disparate, los diseños, los daños y los desafíos. Rechazamos las imposturas y las estafas de la palabra.

También había descubierto que leer era un buen camino para descubrir los perjuicios y los prejuicios, los asombros y las estupefacciones, las confusiones y los engaños,  los polvorines y los santuarios,  todos los matices entre lo sensible, lo imaginativo y lo creativo.

Aunque reconozcamos que todos vivimos en el fango, hay algunos como Lucas, que lo hacen mirando a las estrellas,  e intentando encontrar nuestro punto de equilibrio en las tareas más cotidianas. No había nada imposible en las páginas de un libro, salvo aquello que consideremos que lo es de antemano.

Por eso, escudriñando entre grafismos y palabras, estaba atento a su brújula interior, y se dejaba guiar por su instinto y aconsejar por sus sueños.

Lucas Lector
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