sábado. 20.04.2024

La izquierda ante el espejo

Pedro Grimaldi, @GrimaldiPedro

La irrupción de Podemos ha zamarreado al conjunto a la izquierda tradicional de este país, que se mira al espejo, incrédula, preguntándose “y ahora qué hago”. El partido socialista, que ya era consciente de que o movía ficha o quedaría  relegado a una posición residual, se ha puesto manos a la obra y ha votado a Pedro Sánchez como el mejor para llevar el maillot de líder. Y en Izquierda Unida miran a Alberto Garzón para meterse en  una escapada en la que Pablo Iglesias está abriendo una brecha importante y ya ha ganado en la elecciones europeas la primera  meta volante de la carrera. Desde luego  con la inmensa ayuda de Aguirre, Inda, Marhuenda y otras joyas del PP y de la “caverna”, que cada que vez que le escupen le meten doscientos mil votos más en la buchaca.

Pedro Sánchez  tendrá que trabajar duro para sacar al PSOE de una ruina que no comenzó con la miopía de Zapatero de no asumir la  crisis, sino cuando el sector “porcelanosa” contaminó las entrañas del partido y Solchaga anunció, con aire triunfal, que España era el país  donde más rápido se podía  hacer uno rico. Eran los tiempos en los que  Rodríguez de la Borbolla reivindicaba la “cultura” andaluza abanicándose en el Rocío a escasos metros de la duquesa de Alba, mientras los langostinos comenzaban a frecuentar  las mesas de negociación con constructores, sindicatos, periodistas y banqueros. La cosa es que muchos socialistas se atrincheraron en  los despachos y   en vez de irse a la calle a hablar de política con los currelas, las amas de casa y los parados, se  convirtieron en amigotes del poder económico. Después vinieron los oportunistas que vieron en el PSOE una gran ocasión  para vivir mejor (ellos).

Me refiero a algunos arribistas que se convirtieron en concejales, diputados y directores generales, con visa, secretaria y coche oficial sin haber ganado jamás unas elecciones. Y en medio de todo eso, una inmensa mayoría de socialistas  honrados y comprometidos que no pudieron, o no supieron,  detener el bandazo del partido a posiciones tan recalcitrantes como para indultar  a un banquero corrupto, o  para promover la modificación exprés de la Constitución, dándole gusto a los que ahora nos están matando. Todo eso fue incubando el virus que la nueva dirección del PSOE tiene que aislar.

Dice un amigo mío, muy activo en los movimientos sociales y crítico con el PSOE,  que la socialdemocracia permitió que jóvenes de su barriada tuvieran la oportunidad de ser médicos, economistas y  abogados. Lleva razón. Gracias al liderazgo de un Felipe González ahora irreconocible, gente como (seguramente) el propio Pablo Iglesias tuvo la oportunidad de llegar  a la Universidad;  lo mismo que  mi madre el derecho a tener medicinas gratis, a viajar por España con el IMSERSO  y a una pensión no contributiva después de haber sido hija, madre y abuela trabajadora. Seríamos muy injustos si olvidásemos eso y otros muchos logros de aquellos gobiernos del Cambio, que trabajaron para poner a España en el mapa de la modernidad y para  universalizar la educación y la sanidad cuando aún había militares lustrándose las botas y apuntándonos con el sable.

Ese vacío inmenso que ha dejado el PSOE,  por ir por el voto a territorios que no eran los suyos; más el inmovilismo de Izquierda Unida, incapaz de soltar tanto lastre dogmático de la vieja guardia del PCE y de construir un discurso de Gobierno, es lo que ha dejado vacío un inmenso espacio que Pablo Iglesias ha sabido interpretar como nadie, cambiando todos los registros del discurso político tradicional y haciéndose entender por la gente de su propia generación y  por miles de padres y abuelos indignados por  ver como desahucian a sus hijos y nietos del sistema. Y a esa gente, en contra de las afirmaciones que  hemos  oídos durante muchos años,  sí le interesa la política. Le interesa y mucho. Tanto,  que la derecha está reaccionando con el hígado y desplegando a sus terminales mediáticas contra “Belcebú” Iglesias, consciente de que no hay mayor enemigo que una sociedad politizada y hambrienta por decidir sobre  su futuro.

Me encanta el ciclismo porque,  al contrario que en otros deportes, si no hay trabajo de equipo no hay triunfo. Por eso es el momento de que los actores sociales y políticos,  comprometidos con la igualdad, con la libertad y defensores de la idea de que una sociedad más justa y equitativa es posible, unan sus fuerzas y pongan rumbo con pedaleo fuerte y decidido hacia la meta del cambio. Es necesario, es posible y es urgente.

La izquierda ante el espejo
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