viernes. 19.04.2024

Javier A. Salvador, teleprensa.com

Si tardamos más de una semana en salir a las calles y ocupar las plazas estamos perdidos. Si aceptamos que un gobierno pueda estar mandado por alguien que estuvo al frente de un partido mientras toda su estructura olía a podrido, estamos perdidos. Si Ana Mato dimite porque sencillamente no supo poner fin a las corruptelas que había en su casa, Rajoy tampoco puede estar al frente de nada porque todo ocurría sencillamente en la suya.  Y si lo aceptamos, estamos perdidos. Ya no se trata de que seas de derechas, de izquierdas o de centro. Si eres progresista o conservador, joven o mayor. Ya no va de ese rollo. La historia va de que nos sentimos literalmente engañados, estafados por aquellos que nos representan y cuando en un país sucede algo así o hay un cambio inmediato y radical o estamos perdidos.

Hoy entre los votantes del Partido Popular existe un sentimiento generalizado que se llama decepción. Sencillamente no saben dónde mirar, los hay a los que les cuesta levantar la cabeza después de ver a Mariano Rajoy por televisión. El impacto es tan duro que algunos lo unen con el caso del pequeño Nicolás, y con la boca pequeña dicen eso de mea culpa, porque saben que muchos de los que hoy ocupan concejalías en capitales o vicepresidencias en las diputaciones crecieron en su partido haciendo exactamente lo que hacía el pequeño Nicolás, aunque cambiando el puesto de agente secreto del CNI por el de asesor en ayuntamientos y diputaciones. Y con tales pilares al final los edificios se caen.

Y sólo faltaba para completar el papel que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se marche del Congreso de los Diputados con la absoluta seguridad de que lo haya hecho bien o mal, deba o no deba dimitir, nadie le puede tocar. 

Y esa inviolabilidad es la que hay que abatir.

Aunque les cueste creerlo una de las estrategias más utilizadas en los partidos políticos contemporáneos ya viene perfectamente definida en el acto primero de Macbeth (Shakespeare), porque es ahí donde algunos aseguran que aparece por primera vez escrito aquello de “suceda lo que suceda, aún en los días más borrascosos, las horas y el tiempo pasan”. Dicho de otra manera, podemos interpretarlo como ese mensaje que el presidente del Gobierno nos ha transmitido hoy a todos los españoles desde su sillón azul en el Congreso de Los Diputados. Es decir, transmitía un mensaje del tipo “vosotros hablad, vaciaros cuanto queráis que como mucho en cuatro horas yo estoy de vuelta en casa, y en una que por cierto me pagáis entre todos a escote. Y ojo, no olvidéis que aquí, el barbas, representa la mayoría absoluta de la Cámara”. Y bueno, por lo menos hay que reconocerle a Rajoy que no se ha puesto tan chulo como Monago y deja La Moncloa donde está, porque el presidente de la Junta de Extremadura ha decidido poner en venta una parte del patrimonio de los extremeños, la casa palaciega que se cede a los presidentes de la Comunidad, y por un precio que me suena bastante menor de lo que puede gastar su administración en asesores y asistentes no funcionarios al año. Y todo lo hace para demostrar su honradez ¿Pero nos hemos vuelto gilipollas?

Realmente es cierto que el tiempo lo cura casi todo y nos hace olvidarnos de todos, como por ejemplo de la enfermera  que resultó infectada de ébola y de quien ya nos cuesta recordar el nombre, porque una vez curada va a recibir tortas por todas partes, y si no lo creen sencillamente denle tiempo porque sólo es un ejemplo más de cómo somos.

Ahora bien, podemos dar por bueno aquello de que el tiempo lo cura todo, y mientras que Rajoy se aferra a que en tres semanas ya se habrá pasado el sofocón y sólo hablaremos de lotería, los ciudadanos podemos mirar aún más lejos y asumir que un gobierno como el actual, afectado por la corrupción hasta las trancas que se dio en su casa de origen, en su partido, sencillamente no es eterno y como mucho le queda un año.

Sencillamente unos y otros podemos engañarnos de esta manera, pero flaco favor nos hacemos.


Habla ahora o calla para siempre
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