sábado. 20.04.2024

Fulgencio Febroso

Juan Antonio Palacios Escobar

Tras una semana de cama y antigripales no había logrado recuperarse del todo de la gripe, que este año venia especialmente agresiva. Y eso, que a sus 70 años, siendo conocedor que era un sujeto de riesgo, se había vacunado en Noviembre. Su doctora del Centro de Salud y su cardiólogo se lo habían repetido hasta la saciedad una y otra vez.

Pero esta cepa, que era una hija de puta, había tumbado a vacunados y sin vacunar y tenia colapsadas las urgencias en atención primaria  y en los hospitales, y a los médicos, que todavía quedaban en pie, agotados por el esfuerzo de un trabajo que mucha gente no reconocía.

A Fulgencio, le habían quedado como secuela una febrícula que le azotaba, entre ofensas y reparos, ilusiones y movimientos, sobre todo las tardes y además tenía esos restos de tos seca, que no había modo de quitársela de encima.

Pero, a pesar de ese estado calamitoso, Fulgencio estaba dispuesto desde su condición de septuagenario a superar la cuesta de Enero, y para ello, además de cuidar su cuerpo, para no recaer, estaba dispuesto a divertirse o divertir a los demás.

Estaba convencido que siendo optimista todo lo iría mejor, y que no eran tan importantes las ceremonias y los atuendos, como el valor de ser capaz de relativizar las cosas y reírse de uno mismo y con los demás. Había descubierto, con el paso de los años, no venía mal a nuestra salud el “hacer el payaso, el ganso o el indio”.

A estas alturas de la película, no sabía muy bien cuál era la causa de esa fiebre, si algo residual de la gripe, o bien un estado de positivismo permanente de hacer frente a los problemas sin arrugarse ni amedrentarse, negándose a ser actor de la tragedia ni dejarse llevar por los temporales.

Lejos de supuestos erróneos ni especulaciones sin sentido, Fulgencio Febroso había descubierto, que  al igual  que la gripe había  llegado con fuerza y saturaba los dispositivos sanitarios, había  un virus de los osados y atrevidos, atacados por la osadía, que afirmaban y dogmatizaban  sobre todo aquello que ignoraban.

Eran los que no admitían una alternativa a sus pensamientos e ideas , los que dictaminaban cual era el momento en el que debían suceder las cosas , aquellos que envolvían la realidad de brumas y sombras en lugar de luces y claridades.

Fulgencio, intentaba arreglar  las averías que se encontraba en el camino, y no le importaba preguntar si algo no sabía, entre la humildad y lo aceptable que nadie sabe todo en todo momento por muy poderoso que nos parezca. 

Lo que no podía zamparse, por muy bien que se lo envolvieran eran las grandes mentiras, como las de “haré más cosas con menos impuestos” o aquel “os dais cuenta como me sacrifico por vosotros” Y en estas fechas de carnaval, a FF, le parecía, cuando escuchaba a algunos políticos, estar asistiendo a una de las magistrales actuaciones de algunas chirigotas en el Gran Teatro Falla.

Tampoco era capaz de entender, por muchas veces que se lo explicaran, como había proyectos no natos que jamás se llevarían a cabo y promesas que nunca se cumplirían, y a decir verdad que esto a Fulgencio le irritaba y le provocaba una fiebre de rabia e indignación.

Y se preguntaba una y otra vez, si la solución, para que nos hicieran caso, es que todos nos contagiáramos, saliéramos a la calle y les dijéramos a los gobernantes con voz clara y fuerte, ¡NO NOS TOMEN MÁS EL PELO!

Fulgencio Febroso
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