Juan Antonio Palacios Escobar
Era el más cariñoso del mundo. Siempre tenía un gesto amable hacia todo el que le rodeaba o aquel que se cruzaba esporádicamente en su camino. . Tras muchos días de tensión y trabajo. Necesitaba una escapada romántica. Tenía una empanadilla de ideas creativas, y sus sueños, no por esperados eran menos importantes.
Ni era tan fácil ni tan difícil, simplemente distinto. Y tal vez por eso sabía que una visita inoportuna le podía alterar bastante el plan del día, desde el equilibrio al desbarajuste, de la heroicidad a la cobardía. Entre llegadas y huidas
Jamás era ofensivo o incomodo en sus planteamientos, pero reconocía que se movía mucho mejor entre caricias, besos y abrazos, que entre agresiones, rechazos e insultos. A veces se comportaba como el otoño, entre ciclones y huracanes.
Estaba en su mano desplegar el poder que llevaba dentro. El agotamiento había disparado su sensibilidad, y a través de su actividad se encontraba dispuesto a hacer nuevos contactos y establecer otras relaciones. Su amor, que daba y recibía, le hacía superar la vulnerabilidad, convertir su debilidad en fortaleza y su inseguridad en solidez y firmeza.
Su poder de seducción era ilimitado cuando desplegaba sus encantos. No era amante de las desmesuras y rechazaba los victimismos. Los cambios no eran fáciles y no debía entrar en discusiones estériles ni tratar de convencer a nadie de nada.
Entre espontaneidades y creatividades, la confusión de las palabras y los significados incongruentes, todo va cambiando y transformándose más rápido de lo que creemos. Y aparecen los silencios prolongados y los parloteos inmoderados, los que se salen del tema y las huidas hacia adelante.
Hay quienes desde la ventana del romanticismo declaran su amor y quienes desde las ramblas y las alamedas alumbran lucecitas que solo son productos de que mirando al ser amado, se quedan en blanco y van descubriendo cosas que no sabían.
Eros estaba dispuesto a vivir momentos trepidantes y de gran intensidad, a subir como la espuma y a bajar con la velocidad de una caída sin freno, sabiendo afrontar los imprevistos con eficacia y las sorpresas emocionantes.
En las páginas de ese libro mágico que escribía día a día estaban las claves de su futuro. Todo lo concreto, entre matices y giros, tenía algo de universal, sin inhibiciones, con modificaciones, estimulaciones y provocaciones.
Tenía que tomar decisiones diferentes a las que había tomado hasta ahora, debía de ser valiente e ir a por todas. Cada vez que finalizaba algo, volvía a su ciudad entre real e imaginaria. Unas casas y unas calles, que solo existían en su mente o tal vez era tan reales como lo que podía tocar.
Su amor por la vida no era algo inventado, supuesto o ideado literariamente para ser contado. Había cosas que no podía descuidar y debía mantener su nivel de energía de forma saludable. Debía reservar espacio y tiempo para lo importante
Había sonado la hora de atreverse a hacer algo que siempre le había rondado en la cabeza, pero no se había atrevido a hacer. Ligero de equipaje y del brazo de su compañera de siempre, no necesitaba soñar con el viaje inolvidable porque este había comenzado.
Como cada cual camina a su ritmo, estaba dispuesto a no renunciar a sus metas, pero tampoco a sufrir innecesariamente por ellas.