viernes. 19.04.2024

El gobierno al desnudo

Al-Hakam Morilla Rodríguez, Liberación Andaluza

"Dejemos aflorar todos los venenos que nos acechan en el fango". Robert Graves



La piel transpira sensaciones que la razón no consigue apenas aclarar. No solo nos hace exudar el calor de los ímpetus amatorios, salado mar fértil. Proclama a voz en grito: ¡dejadnos ya de tristezas, de llantos, los morbosos que rendís idólatra culto al dolor, a la muerte! Y en ese claroscuro gramsciano no falla, sin haberles invitado aparecen los monstruos. Las plañideras de cierta 'intelligentsia' izquierdista jacobina otra vez vuelven por sus fueros. Hay que obligar a la realidad a pasar por el aro doctrinal.

¿La aborregada plebe no se levanta frente a quienes la oprimen? Administren el inyectable radiotelevisivo por medio de algunos polemistas tertulianos. Demos ficticio color a la ideología aun rancia. ¿No pretende galvanizar la indignación rebelde de las masas ningún tribuno? Inmutable la sedicente vanguardia intelectual del proletariado se alza en la virtual torre de marfil. Lo empírico se desploma de bruces por el marrazo del impoluto ideario. Antaño al menos los crisóstomos no podían ocultar sus servidumbres. Ahora sus preclaras mentes juzgan el mundo con la mecánica insipidez de serafines eunucos. Demasiada fe en las anteojeras doctrinales para ocultar una ostensible, ensoberbecida, idiocia de cacatúas.

Inextricable se volvería así con ellos la politeia, perdida en gélidos mundos platónicos. Y sin embargo un alba de inconfesables arrebatos místicos, entreverados por la demagogia de públicos cargos, se vuelve universal clamor sordo. Porque la coyunda de los pactos exige con franciscana sencillez desvestirse. Bajo el tórrido estío, incluso en las antípodas la yakuza quiere verse los tatuajes, precisa la desnudez. Entonces en la semivigilia de la siesta podríamos contemplar, al borde del espanto, a Rajoy con sus ministros en sinfónica opus encuerada.  Rivera ya nació así, de Afrodita macho, y no le importa desembarazarse de sus suntuosas vestiduras, confeccionadas en la supernumeraria serie de una catalana estrella. Y en subtropical danza canaria, una flagelante Oramas querrá emular a una imposible Isadora Duncan asfixiada no por su pañuelo, sino por su cilicio. Todos suspiran por la componenda con un Urkullu lirondo y fofo, sin el cortijero poder de antaño, en pelotas con bonete ignaciano. Las elecciones vascas se acercan y hacer calvos a la fuerza disgusta, aunque lo dispusiera el papa. Hasta el rey necesita ya serlo desnudo, ungiendo a los negociadores con dionisíaco fervor nudista por la urgencia de tal Obra.

Y a pesar de esta grotesca pesadilla una trinidad deificada entre tantas vanidades, antropófago sumidero aniquilador, desde el levítico olimpo de Roma, Pamplona y Nueva York, no se despojará jamás de sus opulentos ropajes engalanados por toneladas de oro en lingotes, no abandonará su glacial hipocresía sin límite, su frígido odio homicida a toda forma de humanidad.  Sin presentir en su mezquindad como el mundo un día despuntara lleno de vida, ígneo vigor erótico primigenio, en el proceloso magma del frenesí de las bacantes. Sin poder columbrar el indefectible pálpito del retorno al origen. Diástole en el umbral.

Entonces en un ardiente verano andalusí despiertas, enfebrecido por el sol. Los matarifes de la 'reconquista' han agotado sus hueros afanes imperiales. Los sanguinarios adalides de la 'cruzada' casi se han cansado de pillajes sin freno. Tanta impunidad en medio del silencio de los corderos agota a los lobos. Llega el tiempo ineluctable para seguir usurpando la Moncloa del Abrazo de Vergara. Y allá, allá lejos de la extranjera España hasta las traiciones y el cinismo bajo aquella vetusta campa de Oñate que da nombre a la expresión, en el siglo de los espadones, en un surreal ensueño no consiguen aparecer enlazados Espartero y Maroto con hábitos talares, uno azul y el otro negro. El tiempo nos los muestra bajo la canícula con el espejismo de la aparente gallardía guerrera. Trampantojo onírico donde los vendidos triperos se muestran bizarros.

Pero ¿y qué merecen los inciensados inductores de los pillajes, de las matanzas que acarrea la miseria...? ¿Qué deberíamos hacer ahora con los capellanes castrenses de la Carrera de san Jerónimo? ¿Quiénes podrían tenderles la mano tras farsas incontables, sarcasmos crueles de suaves maneras ocultando la implacable codicia, sin empacho ni vergüenza? No, no se puede esconder bajo el disfraz el rabo. Y a nadie, ni en Vergara ni en ningún lugar del mundo, le satisfacen arteros abrazos de mendaces parguelas. Una cosa es que estafado te desarrapen, y otra por melifluos granujas dejarnos morir despellejados.

El gobierno al desnudo
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