viernes. 29.03.2024

Dualización y desigualdad

Francisco Joaquín Cortés García, Universidad Autónoma de Chile

La crisis que estamos viviendo ha hecho mucho más profunda la brecha entre los más ricos y los más pobres en nuestro país. La institucionalización de la economía, así como la existencia de unas clases medias sólidas, son dos elementos fundamentales que actúan como correa de transmisión entre la macro y la microeconomía, permitiendo que las mejoras en la grandes magnitudes, como es el caso del PIB, se trasladen al empleo (ley de Okun), a la economía informal o a la riqueza media de las familias. Pero nuestra economía se ha hecho cada vez más dual en los últimos años. Los ricos son cada vez más ricos, y los pobres son cada vez más pobres, habiendo soportado las clases medias y las clases más humildes los ajustes y las consecuencias que se han derivado de la presente crisis en sus diversas manifestaciones temporales.

Una de las principales consecuencias de las economías duales, y esto los saben muy bien las economías menos prósperas del planeta, es que las mejoras macroeconómicas no se traducen, ni necesaria ni inmediatamente, en mejoras microeconómicas. El país puede estar creciendo mucho, pero las familias apenas atisban síntomas moderados de prosperidad. El crecimiento económico no encuentra mecanismos multiplicadores ni redistributivos como para que las clases más vulnerables se vean beneficiadas sustantivamente de las mejoras en la contabilidad nacional. Además de los propios ajustes de la crisis, el sistema fiscal, en la última década, ha contribuido de forma inequívoca a aumentar su presión fiscal sobre las clases medias, siendo éstas las que han soportado el sistema impositivo hasta la extenuación, limitando su papel de correa de transmisión en las economía avanzadas. 

La reforma laboral puesta en marcha por este Gobierno ha sido el mayor expolio llevado a cabo contra los trabajadores en nuestro periodo democrático. No ha permitido crear empleo, todo lo contrario, ha sido una oportunidad única para que muchas empresas viables hagan ajustes laborales y salariales prácticamente sin coste; es decir, con coste para el Estado y para el conjunto de los contribuyentes. Ha servido para devaluar nuestra economía, en el sentido más peyorativo del término, y para aumentar el riesgo de exclusión social. Además, la reforma ha institucionalizado una bolsa constante de trabajadores dispuestos a subemplearse o a recurrir a la informalidad ante una economía que empieza a coger el pulso en términos macroeconómicos, pero que no se traduce en la creación de empleo de calidad o en la mejora de los salarios. Los sectores y subsectores más competitivos serán los que se beneficien de las mejoras del crecimiento económico, pero las grandes bolsas de población que hoy viven de subsidios no contributivos (por primera vez los subsidios no contributivos ha superado a los contributivos), con escasa formación y cualificación, no van a experimentar a corto o medio plazo mejoras sensibles en sus niveles de bienestar. Nos encontramos ante la paradoja de que nuestra economía sigue devaluándose aun a pesar de ser positivo el crecimiento, por lo que el balance es favorable para las rentas altas y los grandes empresarios. Y los mecanismos generados por la crisis siguen contribuyendo a aumentar la desigualdad. 

La economía dual aumenta la economía informal, y acelera la desinstitucionalización de la economía, hecho que se ve aún más agravado con los procesos de privatización a los que estamos asistiendo y que probablemente se agudizarán en otros niveles ante la reforma del gobierno local propuesta por el PP. Además, como consecuencia de lo anterior, la economía dual incrementa los consorcios público-privados, que, lejos de ser un riesgo de reducción o debilidad del Estado, como ya se ha advertido en numerosas ocasiones (v. gr.: Hibou), constituyen una nueva fórmula de dominación política mucho más sutil de aquél. Pero también la economía dual propicia una menor movilidad social. En España la movilidad social fue muy reducida en los distintos espacios temporales antes de la crisis, pero la peligrosa dualización de la economía a la que estamos asistiendo va a limitar aún más las posibilidades que tiene la gente de alcanzar estatus económicos y sociales superiores a los de sus padres. A tenor de los estudios más recientes sobre movilidad social, y debido fundamentalmente a la estructura social e institucional de nuestro país, la educación no ha servido en lo esencial para aumentar sustancialmente aquella. Sí ha tenido efectos emancipadores en el ámbito cultural, como es obvio, pero no efectos de movilidad social. 

Pero la situación se agrava aún más por el riesgo de exclusión financiera que se está produciendo en nuestro país, uno de los más bancarizados del mundo, aun a pesar de los últimos cierres de sucursales. El riesgo de exclusión financiera, visto desde sus tres pilares fundamentales (capacitación financiera, acceso al crédito y protección del usuario bancario), unido a la situación de irregularidad crediticia de muchas familias (asusencia del fresh start), agudizará precisamente este proceso de dualización, que retardará la creación de empleo y la mejora de la calidad de las familias. 

Precisamente las políticas de ajuste que hemos vivido, la de los hombres de negro y la del Consenso de Washington, son las políticas que se ha venido exigiendo durante décadas a los países menos prósperos del planeta por la superestructura de capitalismo mundial: el FMI y el Banco Mundial. Las políticas de ajuste, sin lugar a dudas, han contribuido a dualizar aún más nuestra economía, para la que va a ser muy costoso recuperar, si es que son recuperables, las viejas correas de transmisión de nuestra época de prosperidad, y que permitían conectar la macro con la microeconomía casi de forma sincronizada.

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