viernes. 19.04.2024

Javier Salvador, teleprensa.com

Con crisis o sin ella, es obvio que un enorme número de personas han probado en los últimos años la experiencia de hacer un crucero por esos mares lejanos o cercanos, siempre con la excusa de ver mundo, pero con la clara intención de comer como cerdos y beber lo que se pueda.

Con sus incondicionales y sus detractores, al fin y al cabo el crucero se ha convertido en un modelo totalmente estandarizado de entre esas cosas que tienes que hacer, al menos, una vez en la vida, -personalmente no veo la necesidad y prefiero lo de montar en globo o escribir un libro-. Y bueno es ahí cuando empiezan a correrse riesgos, en el momento en el que las empresas entienden que son ese algo que todos aspiran, y por ello, por ser tan demandados para satisfacer nuestro ego, les da lo mismo arre que so, y para rizar el rizo entran en una espiral que consiste en bajar hasta el límite de riegos los precios de base, con la única intención de que entendamos que supuestamente están al alcance de todos, pero no te cuenta que ello les lleva a que cuando tienen  la más mínima incidencia se les cae el chiringuito entero porque no les queda margen de movimiento.

La historia que les voy a contar la vivieron un grupo de cuarenta personas, españoles todos. Para algunos era el viaje de su vida, para otros el viaje de novios y en el caso de unos buenos amigos míos, el viaje que su hija menor les había dado el coñazo para que hiciesen porque, sencillamente, se lo merecían. Pero claro, si hubiese salido bien.

Y ni cortos ni perezosos, como son de Bilbao, pues lo hicieron a lo grande, al barco más grande, el viaje más largo, con más paradas y en la agencia más cara, la de siempre.

El periplo de estos amigos, la familia Ansoleaga, comienza en una agencia de El Corte Inglés de Vizcaya y, por ahora, vamos a omitir el nombre de la localidad  y el de  la contratante, esa persona que parece que te conoce de toda la vida y que se asegura por lo más sagrado que estás comprando el viaje de tu vida y 100% garantizado. Qué digo, si estamos hablando de gentes de Bilbado, que diría Ana Botella, asegurada la diversión, lujo y escudo contra percances al 1000% porque, y no se lo pierdan, habían compra un Pack completo del carajo con MSC Cruceros. Vamos como si compras unos pantalones de esos de correr y que corren solos, no te cansan y te ponen el culo como a la rubia del anuncio. 

Con los billetes en la cartera, los del viaje porque los otros en los que pone euro habían volado en ese mismo instante, nuestros viajeros se fueron a preparar el gran crucero por el Mediterráneo. Un mes de compras porque en la agencia les advirtieron que las cenas son de gala, que hay una incluso con el capitán y todas esas mariconadas. Un paréntesis. Si yo vuelvo a ir de crucero, no me quito las chanclas ni las bermudas, que lo de la gala es un mito.

 

Pues eso, gente formal que hizo todo tal cual les dijeron en la agencia. Se presentaron en el aeropuerto con sus maletas, sus trajes nuevos, calzoncillos de estreno y a volar desde Madrid a Roma y de Roma a Venecia y bueno, cuando llegaron a ese puerto de embarque el problema suyo fue que, sencillamente, no había maletas. Bien, pues lo de siempre en estos casos. Contactos con la compañía aérea, con la agencia de viajes y obviamente con la oficina de MSC del mismo aeropuerto, que los invita a irse cagando leches al barco advirtiéndoles que podrían perder algo más que las maletas esa misma mañana, “non si preoccupi signore che ci prendiamo cura di tutto”, es decir, tira para el barco campeón que ya llevo las maletas si eso.

 

Ahora intenten imaginar una semana de crucero sin maletas, con un tipo, un tal Marcelo Reis, que se debe creer almirante de MSC y que se ríe en tu cara desde el primer momento. Vamos a ver, como un operador telefónico de Canal + pero que, además, sabe que estás en su barco. Y ese es el que tiene que arreglar el problema. Como los españoles somos como somos, en vez de jugar a hundir la flota lo primero que hacemos es empezar a prestar al que no tiene ropa, y artículos de baño, porque no se lo pierda, en MSC no se da ropa o neceser salvo para el primer día. Pero claro, aunque las víctimas son bilbaínas y tienen otra casta, un rh distinto y todas esas cosas, el paso de los años les jode igual que a todos y el que no llevaba las pastillas de la tensión se quedó sin ellas y como ése todos los demás porque, otra para no olvidar el  médico del barco MSC no te va a visitar si no se trata de enfermedad o accidente ocurrido en el barco y de maletas y pastillas perdidas no entiende.

 

Bien, pues ahora imaginen a qué dedicaron este grupo de cuarenta clientes, viajeros con MSC, en cada una de las escalas ¿excursiones? Pues no. Sencillamente a recorrerse toda localidad para encontrar un centro comercial en el que hacer acopio de calzoncillos, bragas, camisetas y pantalones.

La foto de la cena de gala es para descojonarse, y comer, claro, comieron como todos, y nadie les dijo nada por no llevar ni corbata ni pajarita.

 Durante todo el viaje mantuvieron una reunión diaria con alguien de la tripulación y no ofrecimiento de MSC, sino porque ellos los buscaban pasillo a pasillo para ver si sabían algo de sus maletas, y nada, cuando no quieren no hablan tu idioma. 

Ahora bien ¿saben donde estaban las maletas? Pues estaban, sencillamente en Venecia. Llegaron allí algo más tarde y no se las mandaron a la siguiente población que visitaban porque, sencillamente ocurren dos cosas. La primera es que el nivel de repetición con la misma compañía en cuestión de cruceros no es muy elevado. La segunda es que los precios se ajustan tanto al coste, -entiendo como parte del coste amortizaciones y margen de beneficio industrial-, que cuando algo falla no trae cuenta llevar a cabo un gasto extra. 

Ahora, tú mismo si recomiendas desde tu agencia o un amigo un crucero con MSC, - y que conste que mi experiencia con ellos fue otra-, porque si cuando ocurre algo fuera de normal no dan la talla, sencillamente no valen la pena.

Cuidado con recomendar cruceros MSC
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