viernes. 19.04.2024

Javier Salvador, @jsalvadortp

Que un tarado se subiese a una furgoneta y la estampase contra musulmanes saliendo de una mezquita era cuestión de tiempo. Se sabía, intuía o presumía que podía pasar, pero no por ello existían contramedidas preventivas como se han puesto en puentes y el centro de las ciudades para evitar los ataques de integristas que, ojo, no deberíamos confundir con musulmanes en general, pero es algo que lamentablemente también sabíamos que iba a suceder.

Estamos en tal estado de psicosis que cuando el otro día veíamos las primeras imágenes de la BBC sobre el incendio en la torre Grenfell de Londres, muchos pensamos en algún momento que se trataba de la madre de todos los atentados. Yo llegué a pensarlo. 

La segunda consecuencia es que hay que tener mucho valor para llevarte a la familia estos días a Londres para pasar un poco de tus vacaciones en uno de esos lugares de Europa a los que como Roma o París siempre soñaste ir con los tuyos. Yo tenía pensado hacerlo este año y ya he desechado la idea. Y muchos otros hacen lo mismo, y ello genera menos ingresos allí, mayores frustraciones y, en definitiva, una bola de nieve que ya está rodando y se no derrite los calores del verano.

Y volvamos al atentado de la mezquita Finsbury Park. Un muerto, varios heridos y un integrista, esta vez no musulmán, que en vez de asesinar en nombre de Alá lo hizo autoconvencido de representar el sentir o deseo de otros. Y lo peor de todo es que para alguno será un héroe, cuando lo que posiblemente haya hecho sea abrir la caja de Pandora.

Es cierto que en las guerras integristas contemporáneas se está masacrando a los cristianos, pero la gran diferencia entre nosotros y ellos, o eso creía, es que tenemos claro que podemos combatirles de otra manera. Tampoco creo, e igual me equivoco, que el asesino de Finsbury fuese de misa diaria y tuviese motivación religiosa alguna que, en definitiva, son las que más ciegan a sus ejércitos de zombis.

Por otro lado no olvidemos que ha ocurrido en Londres, capital de un país en el que a un escocés o un galés llamarle inglés es mucho peor que decirle español a un nacionalista vasco o catalán. Un país en el que se han tomado como la machada del siglo salirse de la Unión Europea por entender que en solitario les va a ir mejor, es decir, un lugar en el que les gusta tanto interiorizar y autoexcluirse para estar siempre un peldaño por encima, que no van a tener ningún problema en utilizar el pretexto de la pseudo guerra santa para devolver los golpes recibidos.

Pero esta fiesta la vamos a pagar entre todos, y tenemos que prepararnos porque Daesh ha conseguido precisamente lo que esperaban, iniciar una guerra no en su territorio, sino en el de su verdadero enemigo: occidente. Hasta ahora siempre se les ha respondido en Siria, Afganistán y allí donde han intentado imponer sus sultanatos, pero desde el domingo les va a ser mas fácil captar gente, justificar sus actos y decir eso de que actúan en nombre de su comunidad.

La situación tiene un muy difícil freno de emergencia, porque el paso definitivo no es poner más recursos para aniquilar el origen, la semilla, sino convencer a los musulmanes europeos de que no se trata de una guerra de religiones, sino de modelos de vida. O son ellos los que salen a la calle, decididamente, defiendo el suelo en el que viven y sacando de las mezquitas a los integristas, denunciando incluso a aquellos sobre los que sospechen que pueden coger una bomba e inmolarse a la salida de un concierto al que acuden sobre todo niños, o vamos a entrar en una espiral que no traerá nada bueno. No somos conscientes de un secreto a voces. Nadie quiere aceptarlo, pero nuestra juventud, nuestros hijos, también se está radicalizando, y o nos podemos todos a pararlo de una vez por todas o la semilla de Londres va generar no un árbol, sino un bosque de proporciones inimaginables, plagado de aspirantes a Robin Hood.


Cuando brota la semilla de Londres
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