viernes. 19.04.2024

Crónica de un viaje hospitalario

Álvaro Guerrero, teleprensa.com Málaga

Si algo conocido tiene la ciudad de Málaga para los propios malagueños, entre otras cosas, es la avenida Carlos Haya. Una avenida que une el noroeste de la ciudad con, casi, el centro de la capital. Pero el motivo de este artículo no se basa en las calles famosas de Málaga. He empezado así debido a que dicha avenida alberga uno de los hospitales más populares de la capital, el Hospital Regional Universitario, más conocido como el Hospital Carlos Haya.

Pues bien, hace unos días tuve que estar más de cuatro horas acompañando a un familiar en urgencias. Atravesar las puertas de ese hospital y de ese departamento (el de urgencias) hace que cualquiera que acceda al complejo vuelva a los años 50, por lo menos. Pero no sólo pueden llegar a funcionar dichas puertas como un instrumento de viaje en el tiempo, sino también en el espacio, porque en cuanto se entra no parece estar uno ni en Málaga ni en España.

Y, ¿por qué digo esto? pues porque da vergüenza ver el estado en el que se encuentra el departamento de urgencias del Hospital. En la primera sala en la que entramos, donde uno de los médicos hace una pequeña observación del paciente y así ya ve pertinente qué acción y decisión cometer con él, comenzaba a dar la sensación de estar en época de guerra. Varios pacientes en silla de ruedas, entre ellos mi familiar, agolpados a los pies de la mesa de las dos enfermeras que se encargaban de registrar a los enfermos, rodeados de los sillones de sala de espera que se reparten por toda la sala. Si seguimos haciendo un pequeño análisis de ese día, pude observar cómo a la derecha de mi posición se encontraba un pequeño hueco con dos pacientes tendidos en camillas y con una sábana echada y sin cortinas desplegadas, es decir, aquello se convertía en un escaparate para todos los que allí nos encontrábamos en la sala a la espera de ser atendidos. Una situación que, personalmente, me resultaba violenta debido a que una mujer tendida en una de las camillas se quejaba con gritos importantes. 

Pero no todo queda aquí, sino que el parque temático-sanitario en el que me encontraba me guardaba más sorpresas, y una de ellas era la sala de enfrente a la nuestra, a la que, por supuesto, tuvimos que acceder para esperar de nuevo para que nos llevaran a hacer un TAC. Una sala que lleva por título "Cuidados". No sé si se refiere a "cuidados que debes tener a la hora de entrar a esta sala para no llevarte pacientes, camillas o sillas por delante" porque realmente era raro el momento en el que, llevando a mi familiar, no tenía que frenar o desviar mi dirección para evitar tropezar con otro paciente, más sillas de ruedas con más pacientes o camillas. Pero bueno, una de las camillas no me estorbaba porque se encontraba a las puertas de los baños con un paciente tendido. Un buen sitio. 

Seguimos avanzando porque entre medio de todo este orden encontramos el mostrador donde las enfermeras, lógicamente, no están porque están hasta arriba de trabajo. Una vez que nos reconocen nos dicen de pasar un poco más adelante, lo que imagina uno que va a ser a otra sala. Y claro, todos pensamos que se trata de una sala separada por sus tabiques y sus puertas. Que va, aquí está separada por sus cortinas y más camillas con más pacientes. En esa espera, pude contabilizar 8 camillas con pacientes, en un espacio de menos de 20 metros cuadrados. Y, entre ellos, nosotros. La silla de ruedas de mi familiar pegada a uno de los bancos y yo de pie, encontrándome con dos camillas a mis espaldas, otra a mi derecha y dos enfrente. Sólo faltaba que llegasen los protagonistas de alguna película de terror.

Y, con todo esto, somos tan osados de decir que nuestra sanidad va bien y que es una de las mejores. Imagino que en cuanto a investigación y desarrollo no iremos tan mal, pero lo que se encuentra uno a pie de calle (o de hospital en este caso) en cuanto a la urgencia de la atención sanitaria es penoso y triste. Ver cómo personas que realmente están enfermas tienen que estar agolpadas como cualquier palé de cualquier supermercado, esperando a ser retirado para ser llevado a otro lugar. Eso sí, hemos de valorar la labor del personal sanitario que, la mayoría de ellos, hace lo mejor que está en sus manos y de la mejor manera posible.

Pero, ¿qué es lo que más le puede llegar a importar a la Junta de Andalucía en este caso, que es el organismo responsable del Hospital? Cambiar el nombre del Complejo Hospitalario, pasando de Hospital Regional Universitario Carlos Haya a Hospital Regional Universitario de Málaga. ¿Por qué? Pues muy sencillo, porque Carlos Haya fue un aviador personal de Franco y hay que agarrarse a la Ley de Memoria Histórica. Una ley que lleva aprobada 9 años y que, cómo es lógico, se decide cambiar en los momentos económicos de bonanza y cuando el paro baja cada vez más (nótese la ironía). No veo mal el cambio, pero que se haga en una época en la que la Sanidad es una de las víctimas de la crisis, es algo absurdo por muy barato que salga como pudo decir Alberto Garzón, de IU. Al final, un dinero gastado para que los malagueños sigamos llamándolo Hospital Carlos Haya, le pese a quien le pese.

Crónica de un viaje hospitalario
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