martes. 23.04.2024

Cristian Perfecto

Juan Antonio Palacios Escobar

La ansiedad por ser el mejor en todo momento hasta buscar la imposible perfección dominaba a Cristian. Cualquier acto de su vida tenía que estar medido y programado, no le dejaba el más mínimo resquicio a la improvisación ni tan siquiera a  que una pequeña emoción se le descontrolara.

Reconocía ante el espejo que no necesitaba echar paciencia y calmar su mente, meditar y resistirse a la tentación de no poder estar quieto un instante. Necesitaba cambiar su foco de atención. Llevaba demasiado tiempo trabajando a destajo de los demás sin administrarse como persona y siendo incapaz de tranquilizarse.

Muchas veces notaba que la imagen de seguridad y firmeza que los demás veían y que a veces podía ser confundida como suficiente, petulante e incluso prepotente, no era ni más ni menos que síntomas de miedo, timidez e inseguridad.

Y es que Perfecto era tremendamente indefenso, y aunque  muchas veces lo veíamos rodeado de gentes que le admiraban y profesaban halagos y aplausos, era una isla de soledad y silencio. El ruido de Cristian no  era un acompañamiento musical,  sino la evidencia de que su tristeza no era capaz de arrancarle una sonrisa.

 CP era como un libro abierto en el que podía leerse todo aunque él se empeñara  en negarlo. Esas iniciales de código postal, esos patrones emocionales falsamente controlados, ese ocultar sus debilidades, ese creerse dueño de sus acciones, ese querer dormir sin tener sueño, ese protegerse de sí mismo.

Estaba decidido, esa pretensión de ser perfecto le resultaba altamente incómoda y agresiva para su bienestar. Debía superar y alejarse de esa sensación entre tóxica y perjudicial que lo único que le procuraba es amargarle la vida por muchas armaduras que se colocara.

Lo primero que se había propuesto Perfecto era combatir  con todas sus fuerzas los pensamientos negativos. Se daba cuenta que si mantenía esa actitud  y no era capaz de superarla, estaba renunciando al poder que tenemos de cambiar las cosas.

Ya no valía que estuviera todo el día con la maldita cancioncilla de que no lo escuchaban , de que siempre llegaba tarde, todo le salía mal o se reían de él , porque con tal de que observara , le pasaba lo que a cualquier hijo de vecino,  que a veces nos prestan atención y otras nos escuchan y lo saben hacer.

A Perfecto, la vida le había enseñado, con sus 36 años, que hay momentos para preocuparse, pero que no podemos estarlo siempre y por cualquier cosa, ya que esa angustia además de bloquear nuestra creatividad y productividad, aflojar nuestro estado de ánimo, rebaja la confianza de los demás hacia nosotros.

Había tomado una decisión y ahora no podía echarse atrás, debía seguir adelante, lejos de confusiones e incertidumbres, de pérdidas y agasajos, de tensiones y conflictos,  de gritos y llantos. A partir de ahora no sería Perfecto.

Estaba dispuesto a ser normal, que digo, a  ser imperfecto.  Uff ¡Qué descanso! Ya no tendría que ser ese hombre excelente en todo lo que emprendiera e hiciera, impecable en el vestir y en las formas, magnifico en las relaciones, estupendo en el trabajo, inmejorable en su comunicación e insuperable en el amor. Por fin sería, lo que había deseado toda su vida defectuoso, erróneo  e incompleto.

Cristian Perfecto
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