viernes. 19.04.2024

Javier Salvador, @jsalvadortp

Si la ignorancia es la madre de la admiración, en qué lugar quedan esos ministros del Gobierno de España que alaban la labor judicial de quienes secuestran libros, condenan a tuiteros, raperos y a quienes tienen los santos cojones de retirar una obra de arte, nos guste mas o nos guste menos, de una feria internacional. En medios de comunicación de primer nivel como New York Times no se habla de la marca España al ritmo de flamenco, jamón y aceite de oliva, ni de la recuperación económica que nos intentan vender como un hecho tan consolidado que hasta un ministro de España es ya nuevo vicepresidente del Banco Central Europeo. Se habla de los recortes en la libertad de expresión, en derechos tan fundamentales como el de una jubilación digna y sin riesgos después de una vida cotizando, y del inexplicable equilibro por el que se mantiene a Mariano Rajoy al frente de un gobierno que se ha comido la hucha de las pensiones y deja tras de sí la mayor deuda que jamás se haya conocido, mientras tiene a los personajes mas conocidos de su partido los últimos años en los banquillos de los acusados por corrupción.

Y pese a que el panorama no pinta bien hoy podemos sentirnos orgullos de que las continuas chispas que dispara este gobierno han encendido las llamas. Y han tenido que ser aquellos que nos trajeron la democracia quienes nos den dos bofetadas bien dadas para decirnos eso de ¡Chavales, espabilad que ya está bien! Porque por mucho que se reúnan señores de millonarias pensiones vitalicias cuyos retratos cuelgan en las paredes del Congreso de los Diputados como los padres de la Constitución para decirnos que su hijo es perfecto, quienes realmente pusieron las cosas en su justo lugar fueron aquellos que hace cuarenta años tomaron las calles pidiendo libertad, democracia y progreso enfrentándose a unos señores vestidos de gris. Esos mismos que cuarenta años después han vuelto a tomar las calles para defender el derecho a una jubilación digna que ya se ganaron entonces, esos que hoy se han enfrentado sin miedo a unos señores vestidos ahora de azul. Y si, está claro que la Policía cumple órdenes, pero un día esos agentes que zarandeaban a algún que otro señor mayor tendrán que jubilarse, y mucho antes de ello deberán pedir el apoyo ciudadano para este gobierno que les manda deje de discriminarles respecto a los cuerpos policiales autonómicos o locales. Y deberían tomar nota de ello.

Si en cualquier coloquio de bar, parque o plaza vuelven a ser protagonistas palabras tan gruesas como libertad de expresión, censura o inquisición, es el momento de tomar la riendas, ya sea desde las calles o desde las instituciones, pero es el momento de hacer algo serio, porque un país en el que se inculca el miedo a escribir, a la libre expresión, no hay un gobierno sino un intento de régimen.

En un país en el que se pone de ejemplo a una diputada de la CUP como Anna de Gabriel como la bruja mas piruja y cobarde de la historia por fugarse a Suiza para evitar la cárcel, y al mismo tiempo nos parece “deputamadre” que tres calles mas abajo de ella viva el cuñado del Rey de España, condenado tras uno de los juicios mas bochornosos de la historia de este país, sencillamente nos lo tenemos que hacer mirar seriamente.

En un país donde la fiscalía del Estado es capaz de poner de moda los delitos de odio pero no de levantar un solo dedo para poner freno a los abusos bancarios en casos como las preferentes, cláusulas suelo y otros muy similares, se necesitan reformas, pero muchas reformas. La Constitución, el modelo de elección de jueces y fiscales y, por qué no, hasta la posibilidad de reprobar al propio gobierno desde la iniciativa popular sin necesidad de cumplir cuatro años de condena, son cambios que los dos poderes fundamentales de este país, el gubernamental y el judicial, se están ganando a pulso. Los hay a los que sólo les falta rememorar los tiempos de la santa inquisición, y bueno, en Jaén casi que han estado a punto de ello con la condena a un pobre diablo por ponerle su cara a una imagen de madera y barro. No salgo de mi asombro.

Camino de la inquisición y sin jubilación
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